Belice – Km 128.840
Ingresé a Belice desde el estado de Quintana Roo, México. Estaba contento, no solo porque comenzaba a atravesar, ahora a un ritmo más acelerado, mi recorrido por Centroamérica sino porque viajaba en compañía de dos argentinos.
A Fran lo había conocido durante mi paso por Australia, también él recorre el mundo en bicicleta, aunque de una manera distinta a los ciclo-viajeros de largo recorrido. Fran viaja desde el año 2008 pero no sabe exactamente cuantos países lleva visitado, ni cuantos km pedaleados, tampoco lleva cámara de fotos, ni de video, ni tiene web o siquiera un diario de viaje. El tipo viaja tan ligero y tan libre que es de admirar. Inició su viaje desde España con muy poco dinero y con un didgeridoo que hacía sonar en la calle para recibir donaciones. A lo largo de su viaje también trabajó con las bici-taxis en Australia, haciendo arte callejero en el Sudeste Asiático, vendiendo pulseras de macramé en Japón y recolectando cerezas en Canadá.
El otro argentino se llama Juan, un estudioso de Antropología, ex empleado público y joyero de profesión que aterrizó en México en búsqueda de un cambio radical tan sólo unos meses atrás. Allí conoció a Fran con quien a las pocas semanas de conocerse hizo un pacto: Juan lo introduciría en la técnica, elaboración y diseño de la joyería y Fran haría lo mismo en el mundo del cicloturismo. Vale mencionar que Juan llevaba años sin hacer deporte y una vida sin saber lo que es el cicloturismo.
De esta manera, queriendo yo también acción en mi nueva etapa, me sumé a esta aventura que nos llevaría al menos hasta Nicaragua, siempre y cuando aguantemos…
Debo reconocer que en 12 años de viaje nunca he conocido dos viajeros tan precarios. Fran contaba solo con 100 USD, y tenía su bicicleta pidiendo a gritos cambio de piezas. En tanto Juan apenas un poco más de dinero que Fran y una bicicleta de 65 usd comprada en Chiapas, México. Y los tipos compartían tienda, toalla y hasta el tenedor para comer los espaguetis. Por primera vez en el viaje me sentí un poco profesional.
Nos demoró cuatro días cruzar el diminuto país, del que sabíamos muy poco. Belice es el único país de Centroamérica en donde el idioma oficial es el inglés, pero también se habla el criollo beliceño y un poco menos el español. El país posee una sociedad multicultural, de origen africano, europeo y mestizo y cuenta con una población de un poco más de 300.000 hab. Belice obtuvo su independencia del Reino Unido en 1981, país del que heredó su sistema político parlamentario y su sistema jurídico.
Representada en el país por el Gobernador General, la monarca de Reino Unido, la Reina Isabel II, es “legalmente” la Reina de Belice, de la misma manera que sucede con los otros 14 Estados miembros, reinos de la Mancomunidad. Ella también está presente en todos los billetes de Belice.
Durante nuestro corto recorrido en el país fuimos recibidos por un pastor de una iglesia evangélica y un par de familias. Una de ellas, de origen africano, nos recibió con una buena barbacoa y una calidez sorprendente en las afueras de la capital del país: Belmopán. Nos dio la sensación de que eran los que mejor vivían, era una gran familia, abuelos, hermanos y primos que en armonía se esparcían en un barrio entero. Como proyecto común trabajan para la apertura de un camping en la ruta que une el mar del Caribe con las ruinas de San Ignacio, situadas en la frontera con Guatemala.
La otra gente que nos recibió, de origen mestizo, también fueron muy amables, aunque sólo hicieron hincapié en cuestiones de seguridad que sufre el país. La señora de la tienda que nos vendió los alimentos para nuestra cena nos invitó a montar nuestras tiendas en el pequeño y desordenado jardín de su humilde casa, junto al gallinero. Esa noche nos contó como su hijo fue misteriosamente asesinado en la antigua capital, la ciudad de Belice.
El pastor de la iglesia adjudicaba que el estado ocioso de la población negra era generador de violencia, debido a supuestas subvenciones que el gobierno les da.
También mencionaba los grupos pandilleros que existen en el país. Afortunadamente el recuerdo que nos queda de este pequeño país no es la violencia de la que tanto nos han hablado, sino aquel día que por azar llegamos al km 50 de la Western Hwy donde nos recibieron con cocos, ron y buen reggae.[:en]