El inicio de otra etapa
Tras dos años de convivencia con Clara tuvimos que separarnos, y por más que ninguno de los dos lo deseábamos, creímos que lo mejor era darnos un tiempo. Así, más destruido que nunca dejé Italia, y aunque no tenía fuerzas para seguir viaje, pedaleé como pude rumbo a Ancona. Y luego, tomé un barco para Croacia.
En la mañana siguiente desembarqué en Split, la misma ciudad donde había estado 3 años atrás, pero que diferente me resultaba todo. Iniciaba el verano europeo, por lo que el calor y las montañas dificultaban el inicio de esta nueva etapa.
Pese a que no había dormido bien opté por dejar la ciudad aquella mañana; así inicié mi pedaleada rumbo al sur. Sobre el mediodía me detengo en un bar para hacer una pausa, estaba cansado y muy sediento. Enseguida que entro me dirijo a la barra y pregunto el precio de una botella grande de agua mineral, pero la chica que lo atiende me dice que solo tiene en tamaño pequeño, por ello preferí pedirle un vaso de agua de la canilla, pero en un tono muy sobrador me dijo: “It is not posible”. En verdad que ya no recordaba cuan miserable puede llegar a ser la gente cuando de dinero se trata; así que opté por el silencio y me fui.
El litoral de Croacia es muy bonito, la ruta que bordea la costa es un sube y baja constante; y sus caletas con el mar turquesa se asemejan a un paraíso. Pero Croacia no es un país barato, pese a que no es miembro de la Unión Europea, tiene unos precios como si lo fuera; y parecería que en temporada debido al gran flujo de turistas todos quieren salvarse. Por ello no tardé más que dos días en dejar el país.
Bosnia y Herzegovina – Km 62.850
Cuando decidí viajar a través de los Balcanes, era muy poco lo que conocía sobre estos países, y por ello no tenía ni idea lo que sería viajar por la ex Yugoslavia. Cuando me hablaban de Bosnia, imaginaba a una nación pobre que se estaba recuperando de la guerra, con soldados de Naciones Unidas a lo largo del país y con varios lugares donde todavía remanen minas;“cuidado al acampar” me dijo más de uno.
En febrero de 1992, el pueblo de Bosnia y Herzegovina decide en referéndum su independencia de la República Federal Socialista de Yugoslavia (hoy Serbia) lo que dio comienzo a la Guerra de Bosnia que causó cerca de 300.000 víctimas y 2,5 millones de desplazados. En Diciembre de 1995 los líderes serbios firmaron la suspensión de hostilidades y la guerra terminó oficialmente con la firma de los Acuerdos de Dayton, que establecieron en el país de Bosnia y Herzegovina, dos entidades totalmente autónomas, cada una de las cuales posee su propio gobierno y Asamblea Nacional: La Federación de Bosnia y Herzegovina, (que se encuentra integrada por zonas de población bosníaca y croata) que ocupa un 51% del territorio total del país; y la República Serbia de población serbia que ocupa el 49% restante.
De esta manera también existe una relación estrecha entre grupo étnico y religión profesada, por lo que hay un 40% de musulmanes (bosnios), un 31% de cristianos ortodoxos (serbios), un 15% de católicos (croatas).
Pero hoy Bosnia y Herzegovina, si bien todavía tiene secuencias de la guerra, no me pareció un país pobre. A lo largo de mi recorrido por éste país siempre noté que cada uno de sus habitantes tenía su casa, no tan pequeñas y su tierra con diferentes cultivos. El país es muy verde y pese a que tiene solo unos 20 km de costa abundan los ríos y por ello cuenta con una vegetación exuberante.
Así bordeando el río Neretva me dirigí a Mostar, pero que fría era su agua cuando una tarde con 40 º de temperatura me zambullí en él.
Mostar es una ciudad de un poco más de 100.000 habitantes y según me explicaban es patrimonio de la humanidad. Lleva su nombre por el puente viejo que siempre ha sido considerado un símbolo por servir de unión a las dos culturas en que está dividida la ciudad, con los católicos croatas al oeste y los musulmanes al este del río Neretva. Al comienzo del conflicto bélico en Mostar, croatas y musulmanes se aliaron para expulsar a los serbios, pero una vez conseguido este objetivo, se declaró una nueva lucha entre musulmanes y croatas por tomar el poder de la ciudad. Durante la guerra, el puente fue destruido, derrumbándose así todo un símbolo de la convivencia entre culturas, de la que la ciudad había sido siempre un claro ejemplo.
A mi llegada, tuve suerte porque conocí a Role, quien a un precio muy módico me alquilo un apto de tres ambientes con todas las comodidades. No lo podía creer, un excelente lugar para descansar y cocinarme, pensé. Pero al segundo día cuando vuelvo a la tarde me encuentro con una pareja de turistas que había ocupado una de las piezas. Pero el lugar aún me resultaba cómodo, aunque me hubiese gustado que Role hubiese sido claro desde un principio.
Mostar es una ciudad muy bonita, con mezquitas e iglesias, con varios puentes, con sus calles de piedra, y todo en una atmósfera medieval, aunque su gente no siempre fue muy conversadora.
Dejé Mostar rumbo al norte, aún bordeando el río Neretva por lo que la ruta era plana; y cuando llegué a Konjic me detuve en un almacén para comprar algo de comida y acampar luego, pero el dueño del negocio en un quebrado inglés me dijo, es gratis, es mi regalo para tu viaje.
El camino a Sarajevo fue difícil, porque tuve que atravesar una montaña que supera los 1100 mts, en una subida constante de 10 km, pero como siempre, luego de una subida viene una bajada, y fue sublime.
Sarajevo, la capital
La llegada a la capital fue lenta y muy calurosa, era mediodía y otra larga subida me exigía antes de entrar a la ciudad, pero camino al centro me detuve para descansar y se me acercó Dejan, un estudiante de leyes, que muy curioso me invitó con un lunch.
Una vez en el centro me contacté con Faruk, quién me hospedó en su casa durante mi estadía; y que coincidencia porque en su casa también estaban parando Damiane y Delfina, dos franceses que viajaban por el mundo en una bicicleta tandem; llevaban dos años en su periplo. Lo curioso que de todos los países que visitaron señalaban a Argentina como uno de los mejores. Estuvimos juntos dos días, luego ellos continuaron viaje rumbo a Francia.
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Conocí a Faruk a través de un sitio de internet para viajeros; y él, que trabajaba como periodista, se encargó de que mi estadía en la capital fuese de lo más agradable. Por ello salimos varias veces, me presentó a sus amigos y fuimos a comer comida típica bosníaca para alternar nuestras charlas sobre la realidad de su país.
Según me explicaba, Bosnia y Herzegovina es un país multicultural, pero que en su país el concepto de ser musulmán no es tan radical como en otros países. “Lo que cuenta son las reglas del Islam, como rezar diariamente o respetar el mes de Ramadán, entre otras cosas. El ser musulmán no significa que las mujeres anden cubiertas y que todo sea una imposición, porque el Islam no es más que una elección”, me decía.
Mi estadía en Sarajevo fue más que un placer, las charlas con Faruk se estiraban hasta las 3 o 4 de la mañana, hablábamos de la guerra, del socialismo, de Tito o de religión y todo me resultaba interesante, y aunque no pude descansar demasiado como esperaba, dejé la ciudad como si lo hubiese hecho, porque de a poco estaba entrando en sintonía otra vez con el viaje.
Aquella tarde mi pedaleada continuó en ascenso, y a los pocos kilómetros tuve que detenerme y repararme bajo un techo debido la lluvia. De repente pasa una mujer de unos 50 años, y casi sin entendernos me invita a su casa para un café. Así, primero bebí un café, luego té y luego me sirvieron la cena. Y aquella noche dormí en su casa, pero por suerte pudimos comunicarnos, porque su hija hablaba un fluente inglés. A la mañana siguiente, no querían que me vaya, y en verdad todo era muy lindo, una simple casa con una familia muy acogedora en el medio de unas montañas impresionantes, y con una atención de primera; bastaba con levantar un dedo que ya tenía a alguien de la familia para atenderme, como si estuviese en un hotel.