KM 39.770
Mi camino continuo hacia el sur, con destino a la provincia de Segovia, porque fue de Santiuste, un pequeño pueblo de la provincia de donde emigró mi abuelo en la época de la guerra civil española.
Pero mi abuelo Víctor fue medio pirata, porque con 17 años y con el pasaporte de su hermano mayor se embarcó y le escapó al servicio militar de la dictadura. Que grande el abuelo! Posiblemente en su lugar yo hubiese hecho lo mismo.
Pero no se fue sólo, porque su otro hermano Fermín lo acompañaba. Varios años más tarde, cuando la situación en España parecía estar más tranquila, Fermín regresó; pero al poco tiempo la milicia se cobró su vida y mi abuelo nunca más retornó.
Pero en Santiuste quedaron los sobrinos de mi abuelo Víctor, deberían haber visto como me recibieron. Recuerdo que el día que pedaleé a Santiuste, por un error en mis cálculos llegué de noche y hacía mucho frío. Allí en una de las esquinas de la entrada del pueblo había un señor mayor con boina y envuelto en un abrigo largo. Me le acerqué por instinto y al decirle “hola”, el hombre que tenía unas orejas tan grandes como las de mi abuelo, me sonrió; entonces casi sin dirigirnos una palabra nos echamos un abrazo y nos emocionamos.
Hacía falta que me esperase aquí con el frío que hace, le pregunté a Valentín, que tenía 87 años y que sólo escuchaba de un oído. Y obviando la respuesta me contestó con una sonrisa que me hizo acordar a mi abuelo.
Valentín fue el más astuto, aunque varios de la familia me esperaban, fue a mi encuentro y me llevó a su casa para cenar. Pasé un par de horas con él y los suyos y me mostró fotos de mi abuelo que guardaba como uno de los recuerdos mas preciados de su vieja caja; también me contó que fue su padre Demetrio que le prestó el pasaporte a mi abuelo para que pudiese viajar a Argentina.
Luego conocí a sus primos, a Elías y a Víctor que también eran sobrinos de mi abuelo, y a cada una de sus familias en cada una de sus casas, donde comí repetidas veces. No podía más, pero todos me querían atender de la mejor manera. Esta es tu casa me decía Víctor una y otra vez.
En la mañana siguiente Víctor me llevó a la casa donde vivió mi abuelo, recientemente había sido vendida e iba a ser demolida. La casa era muy humilde y de una sola planta. Por ello no pude más que observarla desde la ventana. Y me emocioné, porque mientras la miraba pensé en cuanto se hubiese alegrado mi abuelo, al saber que estuve aquí en su tierra natal y en su casa.
Minutos después con un nudo en la garganta, entre lágrimas y pucheros me abracé con Víctor y me despedí. Sólo alcancé a decirle que estaba muy emocionado no podía hablar y él como llamando al silencio con sus ojos enrojecidos, me contestó: “que tengas buen viaje majo”
Durante 10 kilómetros no paré de lagrimear. Me sentía como un niño y nunca supe por que me emocioné tanto; quizás porque en el fondo intuía que quizás nunca más los volvería a ver.
Sin duda viví en Santiuste uno de los momentos más emotivos de mi viaje y no era para menos, había llegado a la tierra de mi abuelo.
1 Comentario
Manuel Rodriguez
Entiendo la emoción, yo la he vivido, distinto pueblo la misma historia. Soy ferviente usuario de bici y por eso celebro vuestro magno viaje, salud y a rememorar dia a dia cada pedaleada