Si no hubiese sido porque me encontraba en los últimos tres días de mi visa, me hubiese quedado más días en Mayapur, pero debido a que la Policía de migraciones no extiende el visto, tuve que correr durante las últimas 3 semanas. En Gaia ya había intentado prorrogar mi visa, pero me explicaron que cuando se trata del visto turístico no hay forma de hacerlo y por ello uno debe dejar el país. Una pena, porque de haberlo conseguido también hubiese asistido a la charla del Dalai Lama que como todos los años suele dar en el mes de enero en Bodhgaya.
Pero entendí que mi tiempo en India ya se había acabado. Aquella última mañana me levanté a las 4 para ir al templo, y pasadas las 6 dejé Mayapur en un pequeño barco que me cruzó del otro lado del río. Luego durante casi 7 horas pedaleé duro y parejo los 129 km hasta Calcuta. Enseguida que comencé a pedalear me asusté por los ladridos de un perro, no solo porque tenía su boca sangrando sino porque se estaba comiendo a otro perro muerto al costado de la ruta. En ese momento entendí que mi último día de pedaleada en India no pasaría por desapercibido.
Y en verdad que fue así, porque la ruta ya no era una autopista, sino un camino secundario lleno de pozos que me llevó por un montón de pueblos hasta la periferia de la ciudad donde me recibió el caos de 15 millones de habitantes como lo es Calcuta. Y así en el medio de semejante tráfico entré en la lucha para poder ganarme un poco de espacio y fluir entre toda esa locura. Avanzar en los atascos es una cuestión de bocina, reflejos y de menor tamaño. Los moto-taxi tocan bocina sin parar pero en pleno congestionamiento son los más ágiles junto a las motos, por lo que pedalear detrás de ellos siempre me permitía avanzar fácilmente. En cambio los autos, pese a que también bocinan sin parar no son de fluir mucho, pero cuando lo hacen es mejor desaparecer de su frente, porque sino lo pasan a uno por arriba. Los camiones y los autobuses en la ciudad no son peligrosos, pero en la ruta son los que imponen más respeto y cuando empiezan a bocinar lo mejor es salirse de ella, porque no se frenan y da la sensación del que va a pasar es un tren.
Cuando llegué a Calcuta me dirigí a la Sudder Street, la zona frecuentada por turistas occidentales. Allí me detuve en un negocio de jugos y por ello ordené un licuado de banana con helado, según Rajan la especialidad de la casa; pero debido a que no tenían helado, el chico que me atendía lo fue a comprar al negocio vecino. Luego me hizo el licuado y comenzó a servírmelo en un vaso largo, detrás del mostrador, pero como escondiéndose. Por ello sospechando de algo raro me le acerqué, cuando justo lo veo agarrando el helado con sus dedos y sirviéndomelo en el vaso. “No le da la cabeza” le digo a su jefe, quien se reía tímidamente.
No lo podía creer!!! A pesar de mis cuatro meses en India, el país y su gente seguían sorprendiéndome, y por ello una vez más recordé el slogan del Ente Nacional de Turismo. “Incredible India”. Si!!!! Definitivamente este país y su gente son increíbles!!!!
Pero estaba feliz, porque mi próximo país sería Tailandia.