Conseguir la visa para ingresar a Rusia en Tallin, me demoró casi una semana; y tuve suerte porque al chileno que conocí en la embajada, pese a que tenía una invitación se la negaron. Yo la tramité por medio de una agencia de turismo, según me habían dicho, la forma más fácil de conseguirla.
Desde la capital de Estonia, tomé un barco hacia San Petersburgo, en realidad más que un barco era un crucero, ni bien ingresé me perdí. Tenía 8 pisos; con camarotes de diferentes categorías, restaurantes, bares y hasta una disco bailable. Y a pesar de que viajaba con mi bicicleta y en los camarotes más baratos, me sentí como un turista de mucha clase porque nunca me había subido a uno. Y fue divertido, a media noche asistí al show de danzas rusas y luego al show erótico.
Llegué a San Petersburgo en la mañana del domingo, tras 12 horas de viaje desembarcamos en el puerto que está a sólo unos km del centro. Y tuve suerte, pese al frío el día estaba bárbaro y pude deambular por gran parte de la ciudad, durante casi todo el día.
Tras dar algunas vueltas sin rumbo llegué a la iglesia de la Resurrección de Cristo, aquel templo monumento que de chico me cansé de ver cada vez que veía alguna imagen de San Petersburgo. Allí supe que la iglesia fue alzada en el lugar donde el emperador de Rusia Alejandro II fue herido mortalmente en 1881 y que su construcción se realizó entre 1883 y 1907, bajo la aprobación de Alejandro III.
Sin duda era uno de los lugares mas frecuentados por los turistas, por ello, sin perder oportunidad coloqué mi bicicleta en la vereda que rodea al templo, abrí mi planisferio y comencé a vender mis fotos de viaje y las muñequitas. Durante un largo rato, fui una de las atracciones del lugar, la gente me rodeaba, curioseaba la bicicleta y muchos me compraban. Hasta que llegó un guardia y me ordenó a cruzarme de vereda. Pero del otro lado las ventas no fueron las mismas, entonces con algo de dinero partí para buscar un lugar donde dormir.
En una casa de familia
Durante mi pesquisa fueron varias las personas que se me acercaron para advertirme de tomar cuidado, según me decían la ciudad era un poco peligrosa y los robos a los turistas eran muy frecuentes. Traté de encontrar la oficina de turismo, pero de las 10 personas a las que les pregunté no hubo ni una que pudo indicarme. Por ello llamé Alex, un muchacho ruso que trabajaba con turismo italiano, me habían dado su teléfono en Tallin. Y Él me ubicó en una casa de familia, donde rentaban algunos cuartos.
Los hoteles en San Petersburgo son demasiado caros y no hay muchas opciones para el viajero sin pretensiones, por ello ni bien me mostraron el cuarto de la casa pagué las dos noches que permanecería en la ciudad, pero luego me arrepentí.
En mi segundo día fui convidado varias veces a casas de personas que se me acercaron mientras trabajé en una de las peatonales de la ciudad. Un señor mayor me regaló una de las tortas que vendía; un muchacho me obsequió un chocolate con forma de monumento, de esos que compran los turistas; y otro me insistió durante varios minutos para ir a beber un vodka. Lo cierto que no importaba la dificultad del idioma, a veces ni nos entendíamos, pero ellos sólo querían ser gentiles y contribuir para mi viaje de una forma u otra.
Policía rusa
Sobre la tarde regresé a la Iglesia de la Resurrección de Cristo y quise ingresar para conocerla, pero la custodia de allí me ordenó a quitar la bici de la puerta, diciéndome que debía dejarla del otro lado de las rejas y de la vereda de enfrente. Entonces desistí.
Todo lo contrario a la gente del lugar, la policía no es nada simpática, y por cualquier cosa grita intimidando a uno como si fuese un delincuente.
Esa misma tarde traté de vender cerca del templo, pero esta vez, en la vereda de enfrente. A los 10 minutos vino otro policía y comenzó a gritarme descaradamente y aunque no le entendí nada supuse que debía retirarme, pero me hice el tonto. Pero la persona que estaba conversando conmigo, se puso más nerviosa que yo y me aconsejó a salir inmediatamente del lugar, contándome que una mafia controla todos los lugares claves para trabajar y que no cualquiera puede llegar y vender su mercadería.
Entonces como cabezón que soy mudé mi posición para el otro lado del templo, donde los turistas también frecuentaban; pero no hubo caso, a los 5 minutos el mismo policía se me acercó y en un tono bravío siguió gritándome. Y según otra persona era la última vez que me lo decía. Y funcionó porque no volví más.
La noche en St. Petersburgo
San Petersburgo es una ciudad gigante, tiene 5 millones de habitantes, que se expanden en una superficie poco mayor a los 600 km cuadrados. Debido a su ubicación sobre el río Neva la ciudad cuenta con varios puentes y canales que junto a su arquitectura tan majestuosa como fascinante se convierte en un lugar único.
En la noche parecería que nada para, eran los últimos días de verano y su gente los aprovechaba, porque en invierno la temperatura puede descender a más de 30 grados. En la calle muchos caminan con su botella de alcohol en la mano, no importa la edad de las personas, todos beben demasiado, hasta los menores de edad. Aquí vi. más borrachos que en cualquier otra ciudad. Los carros de la policía van y vienen con sus sirenas encendidas y me preguntó que habrá pasado? En la avenida principal: “Nevskiy Prospekt” operarios y tractores trabajan rompiendo las veredas como si fuese mediodía. Eran las 23.30 hs y San Petersburgo no dejaba de sorprenderme.
En mi último día presencié una gran multitud que se manifestó en contra del atentado de “Osetia del Norte”, donde murieron más de 300 niños, fue difícil acercarme con mi bicicleta y todos mis bártulos, había miles de personas y no se podía ni caminar, por ello pensé que lo mejor era dejar el lugar.
También visité la fortaleza en la isla Zayachiy y uno de los tantos museos que posee la ciudad: el “Edificio Central de la Academia de Ciencias”, donde existe una colección de fetos embalsamados de “Pedro el Grande”. Entre los más curiosos existen varios fetos siameses y un cíclope, (un solo ojo).
Pero lo que más me sorprendió en San Petersburgo fue encontrarme con Claude Marthaler, un suizo del cual había leído en Argentina varios años atrás, cuando Él estaba realizando su vuelta al mundo en bicicleta.
También fue uno de los que me inspiró como llevar a cabo este gran sueño. Su odisea duró 7 años, en los que recorrió 122.000 km y como si nuestro azar hubiese sido planeado nuestras bicicletas se cruzaron en San Petersburgo. El motivo de su nuevo viaje a Rusia era realizar una exhibición de fotos de su viaje sin fines de lucro, porque según Claude Rusia había sido su país favorito.