Dos mil kilómetros para atrás

Obtener la visa para ingresar a Sudán me tomó más tiempo del que imaginaba. Desde Eritrea no conseguí sellar mi pasaporte y, por ello, tuve que regresar a Etiopía. La vía era nuevamente a través de Djibouti, lo cual implicaba volver 2.000 kilómetros para atrás.

Obtener la visa para ingresar a Sudán me tomó más tiempo del que imaginaba. Desde Eritrea no conseguí sellar mi pasaporte y, por ello, tuve que regresar a Etiopía. La vía era nuevamente a través de Djibouti, lo cual implicaba volver 2.000 kilómetros para atrás.

La frontera Eritrea- Sudan está oficialmente cerrada, no existen controles migratorios y, según muchos Eritreanos, atravesar esa frontera sería peligroso. Allí existen grupos fundamentalistas que por lo que me comentaban, meses atrás habían matado a un inglés.

Pero también estaban quienes insinuaban la posibilidad de ingresar a Sudan, atravesando en camión los 40 km de zona conflictiva. Esto no es un problema para la gente local o de otros países árabes porque, obviamente, para ellos el paso está permitido.

Lo cierto es que no siendo musulmán, pretender ingresar a un país como éste sin estampar el pasaporte puede ser motivo para ir preso. Por ello pensé que una buena opción era tomar un avión desde Asmara, (la capital de Eritrea) hasta Khartoum, (la capital de Sudan) y así seguir el viaje. Pero no hubo manera. La embajada Sudanesa en Eritrea es, sinceramente, harto burocrática, y todos los trámites se complicaron tanto como mi tolerancia.

Inicialmente me dijeron que era un trámite normal para los turistas. Fue la primera vez, en mi viaje por el África, que una embajada me informa que para darme la visa piden, previamente, autorización a su país. Según ellos, esto solo llevaría unos días. Por esta razón inicié el trámite que prometía ser sencillo.

Pero los días se trasformaron en semanas, e ingenuamente seguía esperando las promesas de la embajada. De a poco fui perdiendo la paciencia porque me obligaban a ir todos los días y siempre encontraba la misma respuesta: «Nothing yet”. Hubo momentos en que me exalté, deseaba patearles la puerta y mandarlos al diablo, pero me las tenía que aguantar. No me convencía la opción de regresar 2.000 km hacia atrás.

Finalmente pasaron 5 semanas, el tiempo suficiente para darme cuenta de que el trámite no sólo era burocrático, sino que mi pasaporte español no les simpatizaba. Eran los meses de la post-guerra a un país hermano. El problema era que mi pasaporte argentino estaba vencido. Al japonés que estaba delante mío le dieron la visa en 15 días.

Como muchas otras veces, el poder suele ejercerse absolutamente, pero lo triste fue la comparación, en este caso que brotó de un empleado que me veía cotidianamente en su oficina: “¿Y qué?”, me dijo. “La embajada de EE.UU. tarda más que nosotros”.

Paradójico pero real. Esa fue su explicación. Esta vez era la política internacional que influía sobre el mapa de mi travesía.

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