Al anochecer, con esa tenue oscuridad se despertaron todas esas dudas que me habían surgido luego de los consejos de aquel hombre. Dudas que se fueron fortaleciendo con los distintos ruidos que surgían detrás de la mata. Entonces comencé a sentir miedo y a pedalear cada vez mas rápido
Cuando hace tres años comencé a proyectar mi viaje, lo primero que hice fue sentarme ante un montón de mapas de todo el mundo. Nunca supe bien por qué, a pesar de no conocer nada, enseguida elegí a África como primer continente a recorrer. Tal vez inconscientemente sentía que allí iba a encontrar las más extraordinarias aventuras.
Ya en camino, me sorprendí con diferentes tribus de indios que aún mantienen sus costumbres más primitivas. Pude conocer varias aldeas donde su gente vive sólo de lo que produce y muchas veces en las condiciones más precarias.
Pero a lo largo de mi recorrido, siempre persistió en mi interior una pregunta: ¿que pasará si me topo con algún animal? Mi ingenua respuesta era simple: «ellos no están en mi camino, están recluidos en parques nacionales.»
Pedaleando por África bordeé varias reservas y pude conocer algunas de ellas. No soy un gran admirador de las excursiones grupales, pero de todas formas debí subirme a una camioneta 4 x 4 para apreciar la vida salvaje dentro del parque, siendo imposible hacerlo con la bicicleta.
Es difícil saber, para quien viaja un largo tiempo por este continente, cuáles son los mejores parques a visitar, ya que la industria del turismo ha crecido demasiado y las alternativas son muchas y hasta repetitivas.
En Maputo, Mozambique, conocí a un belga llamado Van, que venia viajando desde el norte de África y trabajaba con el turismo. Él, bastante experimentado en el continente, me contó que sólo tres parques nacionales se diferencian por su variedad y cantidad de animales: el Kruguer de Sudáfrica -al que no fui por su precio excesivo-, el Serengueti de Tanzania y el Luangwa de Zambia.
Según Van, los dos primeros concentran el mayor flujo de turistas ya que ambos países también ofrecen playas como alternativa turística, en tanto que el Luangwa Park de Zambia, a pesar de que posee gran variedad y cantidad de animales, no es visitado por tanta gente, lo cual deriva en que sus safaris sean más cautivantes. También, por suerte, éste posee un precio más accesible.
Llegando a Zambia – Km. 17.784
Dejé Malawi vía Lilongwe por ruta de asfalto y con algunas bajadas. Cuando llegué a la frontera pude ingresar al país con la visa que ya había tramitado por medio de la gente de Makomo Safaris.
En mi respiración pude sentir el cambio del aire. La vegetación era más espesa y el calor había aumentado. Me dirigí a Chipata, una pequeña ciudad situada a 20 km. de la frontera. Me resultó imposible encontrar un lugar barato para dormir, pero me informaron que podía hospedarme en los cuartos del Ministerio de Educación.
Tuve suerte, fui muy bien recibido y había una habitación disponible, donde me instalé antes del anochecer.
Frente a frente con un Elefante
Partí hacia el Luangwa National Park en la mañana temprano, ya que debía recorrer gran parte de los 135 km por un camino de tierra. Sabía que no iba a encontrar comida en el camino, de manera que el día anterior me compré algunos chocolates, maní y frutas secas que cargué con mi equipaje.
Paré algunas veces para conversar con la gente del lugar, que me resultó muy amigable. Conocí una familia que me sorprendió con su choza, una atípica construcción semejante a algún dibujito animado que alguna vez vi de chico.
El jefe, cuando le conté hacia dónde me dirigía, me advirtió sobre la posibilidad de cruzarme con algún elefante o rinoceronte. Me explicó que estos animales a veces cruzaban el río y se acercaban al camino. «¡No temas!!» dijo irónicamente, «sólo detente y no le des la espalda». Yo pensé que se estaba divirtiendo conmigo y me despedí entre risas, pero también con algunas dudas.
Con muchas horas de luz de día por delante, me detuve una vez más para filmar a un coro que cantaba todos los domingos en casa de uno de sus integrantes. Finalmente, a unos 10 km del parque, pinché la rueda trasera y debido a algunos problemas que tuve con el inflador me demoré un poco en cambiar el tubo y regresar a la ruta.
Entonces comenzó a anochecer, y con esa tenue oscuridad se despertaron todas esas dudas que me habían surgido luego de los consejos de aquel hombre. Dudas que se fueron fortaleciendo con los distintos ruidos que surgían detrás de la mata. Comencé a sentir miedo y a pedalear cada vez con menos cuidado, dejando de prestar atención a las muchas piedras que había en mi camino.
Y de repente entendí que lo que me había dicho aquel hombre no era un chiste: ¡ahí estaba! Sobre mi lateral izquierdo, en un hueco entre los arbustos, un enorme elefante con sus colmillos de marfil, tal vez comiendo, tal vez descansando, tal vez sorprendido por mí y mi bicicleta. ¿Qué hice? Por suerte mi camino continuaba hacia la derecha, y sin recordar los consejos que me habían dado sólo atiné a hacer lo que mis instintos me dictaban: desaparecer tan rápido como pudiese pedaleando al máximo de mis fuerzas.
Ignoro qué que paso con el elefante, o yo me escapé muy rápido o él también se asustó y tuvo instintos similares a los míos.
Por fin, cuando de lejos pude ver las primeras luces del campamento y ya completamente agotado por esta aventura, pinché la rueda trasera nuevamente. Estaba apenas a unos 500 mt y dadas como estaban las condiciones, ni se me cruzó por la cabeza volver a cambiar el tubo. Traté de inflar la rueda para poder llegar pedaleando pero la pinchadura era demasiado grande. A pesar del cansancio que arrastraba por los 135 km recorridos, el deseo de llegar de una vez fue como una repentina «lata de espinaca para Popeye» y cargué como pude con los 60 kilos de mi bicicleta, levantándola para que no arrastrara la rueda pinchada. Intercalando mucha fuerza con algunas oraciones finalmente llegué a unos metros de la puerta donde recibí ayuda para por fin ingresar al campamento.
Estadía Maravillosa
Parecía que mis sentidos aún buscaban más aventuras. Apenas llegué, y luego de ser advertido nuevamente acerca de los elefantes que rondaban el campamento, armé mi carpa en la copa de un árbol que el sereno del camping me indicó.
Leones, leopardos, jirafas, cebras, antílopes y muchas más especies. Fui dos veces al parque, donde sacié como todo turista mis deseos de ver diferentes animales en su hábitat natural.
Fueron tres días fabulosos oyendo a los hipopótamos habitantes del río que separaba al camping del parque, o viendo cantidad de monos con quienes compartía mi morada y de quienes debía cuidarme ya que en busca de comida revolvieron mis cosas.
La emoción durante esos días de estadía fue muy profunda. Aunque, eso es seguro, nada pudo asemejarse a lo que sentí en mi llegada al campamento, cuando pedaleando me topé de frente con aquel enorme elefante.