Tras casi 20 días en Atenas, me embarqué a Mikonos donde descansé unos días. Y vaya que playas: “Paraíso”, “Súper Paraíso” eran los nombres de algunas de ellas, y realmente no exageraban. El centro de la isla tiene todas sus casas cuadradas pintadas de blanco, y sus puertas y ventanas de azul. Sus callejuelas son muy pintorescas. Mikonos es una de las islas más populares y elegantes de todo Grecia y en verano posee una buena vida nocturna. Pero mi estadía se vio opacada porque la policía no me dejó vender; entonces tuve que marcharme antes que me confisquen todas mis cosas, según me advirtieron.
También visité Santorini, una isla con muchos acantilados y playas de arena negra, debido a una erupción volcánica. Pero éstas dejan mucho que desear, principalmente si uno viene de Mikonos, aunque su centro es más bello.
Desde Santorini, me embarqué a Heraklion, la capital de Creta, la más grande de las islas y otro de los destinos vacacionales top de Grecia, y aunque no la recorrí mucho, bastó para entender el porque los griegos la prefieren antes que Santorini y Mikonos. Sus playas también de aguas cristalinas son mucho más amplias, y menos pobladas que las otras, principalmente las del sur. Así fue que me dirigí a Agios Nikolaos, para luego embarcarme a la isla de Rodos, donde su capital es una ciudad amurallada medieval que junto a sus playas son la atracción principal de miles de turistas.
Finalmente tras otras dos semanas en las islas me embarqué a Alexandrópolis y de allí pedaleé hasta la frontera con Turquía. Ya llevaba más de dos años viajando por Europa, en los que recorrí más de 20.000 km a lo largo de 27 países.
…y que diferente fue el viaje a como pensaba hacerlo. Tras lo bien que me fue en África en visitar empresas y conseguir sponsors, llegué a Europa con la misma idea, pero aquí, eso no funcionó. Presenté el proyecto a más de 100 empresas en 5 países diferentes, y fue muy poco lo que conseguí, casi nada. Parece que las empresas no se interesan por proyectos singulares, ni en nada que se salga de sus padrones. El perfil de la empresa, bla, bla bla…. Parecen diplomáticos… Pensé que me cruzaría con gente innovadora…
Así y todo me la supe rebuscar, y viaje por todo el continente con ayuda de la gente, que siempre me ayudó a seguir adelante comprándome alguna de mis fotos o uno de los sourvenirs que vendía. ¿Donde? Donde había gente: en los mercados durante los fines de semana, en las calles peatonales o en las diferentes plazas de cada ciudad que visitaba. Llegaba con todos mis bártulos y exponía mi bici y el viaje. De esta manera pude recorrer el viejo continente y me auto-financié.
Pero también en Europa encontré muchas personas que te juzgan por lo que uno aparenta o por lo que uno tiene, hasta la vestimenta se puede convertir en un factor determinante. Inclusive estando con la bicicleta y todo su equipaje, es decir en pleno viaje. Al igual que en África aquí también encontré mucha gente racista. Comienzo a creer que es del ser humano.
También experimenté que Europa no es lo que uno se imagina. A veces por ser de países subdesarrollados uno cree que trabajar y vivir aquí es mucho mejor, en todos los aspectos. Pero basta conversar con los inmigrantes para ver que la mayoría de ellos piensan en regresar; “la distancia de sus seres querido”, “la discriminación” o “las diferentes costumbres” son algunas de las principales causas. En el norte de Europa me sorprendió el espacio reducido en el que vive la gente.
Mi viaje por Europa me deja muchos amigos y más de una marca por alguna mujer de la que me ha costado separarme. A veces me gustaría dejar todo y regresar a donde mejor me sentí. Pero no puedo, porque quiero seguir viajando por el mundo y llegar a lugares más distantes. No es fácil seguir con este proyecto de dar la vuelta al mundo en bici, que me obliga a no arraigarme a nada ni a nadie.
Puedo pedalear con mucho frío, atravesar las montañas más difíciles, pedalear con un terrible viento en contra o pasar el día arrastrando la bicicleta por el desierto como hice en Djibouti. Pero en estos últimos meses comprobé que nada se vuelve tan difícil como controlar las emociones del corazón.
Cuando pedaleaba por África o Brasil tenía más fuerza para avanzar, era como si estaba más conectado con la ruta y conmigo mismo, recuerdo cuanto agradecía por cada día que avanzaba, por las cosas más simples. Por un poco de agua fresca, por un buen plato de comida, una cama con sábanas limpias y hasta por una buena ducha. Pero aquí en Europa esas cosas pasaron a ser normales, porque son fáciles conseguirlas y por ello, casi sin darme cuenta dejé de darles valor y de agradecer.
Espero que Asia me ayude a conectarme con el todo otra vez y me de la fuerza para no aflojar y seguir adelante.