Laos – Km 77.070
Tras casi tres meses en Tailandia crucé el río Mekong en bote y entré en Laos. Aquella noche dormí en un hotel en la ciudad fronteriza de Huay Xai, que es llena de hoteles y restaurantes para atender el gran flujo de mochileros que viajan por la zona.
Al día siguiente comencé mi pedaleada hacia el norte, por la única ruta que llega a Huay Xai. Sabía que esta parte del viaje no sería fácil, porque según me habían informado, las rutas en el norte del país están en muy mal estado, a veces los trayectos son de ripio y demasiado largos o peor entonces, en construcción. Y todo en una zona montañosa con pasos que superan los 1000 mt de altitud. Pedalear en Laos me exigió al mango.
Su gente es de lo más inocente y educada que he conocido. Durante todo mi viaje respondí a cientos de saludos, “sábaai dii, sábaai dii”me gritaban de todos los ángulos, casi siempre chicos que no superaban los 10 años de edad. Días después conversando con Pierre, un francés que trabaja en una ONG, entendí sobre la importancia de adoptar nuevas políticas de ayuda y educación para las familias, ya que de los 7 millones de la población laosiana, casi el 50% se sitúa por debajo de los 15 años.
En el norte de Laos la gente es muy precaria, sus casas casi siempre están construidas sobre pilotes, sus paredes son de madera o de caña de bambú y su techo de paja. Y todo en un único ambiente, aunque el espacio inferior les sirve como granero, garaje, sala de estar y cocina.
Durante mi recorrido en el norte de Laos, debido a que no hay ningún tipo de taberna o restaurante a lo largo de la ruta, debí siempre abastecerme con comida cada vez que podía, así y todo esto no me resultaba fácil, porque la mayoría de los pequeños negocios solo venden huevos, galletas o paquetes de comida chatarra. Por ello la mejor opción siempre fue racionar lo que conseguía y arreglármelas solo.
El primer día tras una larga jornada y 70 km entre montañas me detuve en una aldea con la última luz de la tarde, tras avistar una zona plana y verde situada a la margen de un río. Allí, enseguida se me acercó un hombre mayor a quién mediante señas le expliqué mi intención de acampar. El hombre que me pareció muy gentil me indicó el camino hasta el río donde comencé a montar la tienda y donde luego me bañé. Bastaron solo unos minutos para que media población sepa de mí y venga a curiosear; aunque en ningún momento me perturbaron, siempre conservaron distancia y con la llegada de la noche todos se fueron. Por momentos deseaba que alguno llegase con un plato de comida o simplemente con un pedazo de pan, ya que mi comida era escasa; pero esto no sucedió y aquella noche me acosté con las ganas de comerme un caballo. Y por el contario, de quien esperaba algo, a la mañana siguiente se me acercó mostrándome su antebrazo y mano, y mediante señas me pidió medicamentos para su inflamación, que ya era demasiado grande. Por ello busqué entre mis cosas por algún desinflamatorio, aunque sabía que más que medicamentos esa persona necesitaba ver un médico urgente. Me dio mucha pena y más aún cuando no encontré nada entre mis cosas.
Luego enseguida vino una señora, que apuntándose su cabeza me pedía medicinas; y por ello le dí un par de pastillas de paracetamol. Pero esto me afligió mas, porque enseguida vino otro apuntándose su muela, otro el estómago y otro pidiéndome comida. Entonces entendí que como no podía ayudar a esas personas lo mejor que podía hacer era irme. Por ello guardé todo rápidamente, cargué la bicicleta y tras darle mi último paquete de galletas a la que me pidió comida, empecé a pedalear.
Aquel mediodía camino a Luang Nam Tha pinché la goma delantera, pero al cambiarla vi que la pinchadura no era externa, sino interna. Fue en ese momento que noté que la doble pared del aro de la rueda estaba toda partida, señal que debía cambiarlo. En principio entendí que no podía seguir pedaleando así y por ello hice dedo, pero había muy poco tráfico y de los pocos vehículos que pasaron en tres horas no me levantó nadie. Pero al menos un par de personas se detuvieron para darme agua. Era mediodía y hacía mucho calor. Con el pasar de las horas comencé a preocuparme porque estaba en medio de una zona montañosa sin comida y a 30 km del pueblo más cercano. “Me las tengo que arreglar solo” pensé una vez más; y entonces se me ocurrió con un destornillador empujar para dentro las partes filosas del aro, que me habían causado la pinchadura, y darle tres vueltas con cinta scotch para luego poder cambiar la cámara. “Como la arreglarían los africanos”, pensé. Y funcionó porque así pedaleé casi 250 km.
Camino a Uodom Xai conocí a Rob, un norteamericano que llevaba 8 meses pedaleando y que casualmente en Tailandia había leído un artículo en un periódico local acerca de mi viaje. Aquel día con Rob pedaleamos 125 km, de los cuales la última subida fue de 15 km. Cuando comenzamos a bajar nos agarró la noche y aunque el prefería acampar yo le insistí en seguir hasta la ciudad que distaba a otros 25 km. “Estamos muy cansados y no se ve nada lo se, pero si llegamos dormiremos en una buena cama y comeremos un buen plato de comida” le decía para incentivarlo. La ruta era un verdadero desastre, el camino era de ripio y estaba minado de cascotes que castigaban nuestras bicicletas. Y Rob que por momentos se ponía de mal humor me decía: “Cuando leí acerca de ti pensé que eras un loco y me bastó un día para comprobarlo, en realidad eres un maldito loco”. Yo quería llegar y sabía que el pedalear juntos nos daba fuerza. Y fue bueno, porque cuando llegamos comenzó a llover y llovió durante toda la noche y la mañana siguiente. Tuvimos suerte, aquella noche nos instalamos en un hotel chino, barato y comimos de primera.
Al día siguiente entendí que la ruta hacia el norte que yo tomaría sería aún más difícil y por ello que mi rueda no aguantaría, entonces dejé la bicicleta en otro hotel de la ciudad y viajé de autobús a la ciudad de Luang Prabang, situada a 200 km al sur de Uodom Xai, con el fin de comprar un nuevo aro para la bicicleta. Y fui afortunado, porque en toda la ciudad que tiene casi 100.000 hab., había solo un aro para mountain bike, y de 32 rayos como yo necesitaba.
Luang Prabang es la tercera ciudad de Laos y es el principal centro religioso, espiritual, y turístico del país. Famosa por sus templos de origen budista, rodeada de montañas y situada en la confluencia de los ríos Nam Khan y Mekong fue declarada Patrimonio Mundial por la Unesco. Una ciudad llena de encantos y con una gran diversidad de actividades para el viajero.
A mi regreso a Uodom Xai conocí a Pierre que lleva más de un año trabajando en Laos. Conversar con él me permitió conocer un poco la historia del país y una de sus principales problemáticas. Según me explicaba Pierre, Laos antiguamente no era más que un conjunto de principados inmersos en interminables ciclos de invasiones, guerras, decadencia y prosperidad. Pero en el siglo XIV el príncipe laosiano Fa Ngum comenzó la unificación de diversas regiones formando el reino de Lan Xang, que significa: “Tierra de un millón de elefantes”. Posteriormente Laos fue ocupado por el reino de Siam (Tailandia), por los franceses, por los japoneses en la segunda guerra mundial y otra vez por Francia quien finalmente en 1954 le concedió su total soberanía.
Pero como consecuencia de la guerra fría, las siguientes dos décadas fueron para Laos una época caótica, en aquel entonces EE.UU. libraba la Guerra del Vietnam y quería cortar las vías de suministro de Laos a su enemigo norvietnamita y evitar que el país tomara partido por el comunismo. De esta manera se dieron batalla el bando comunista laosiano (apoyado por Vietnam del Norte, China y la Unión Soviética) y la élite de la derecha respaldada por EE.UU. Como consecuencia, entre 1964 y 1973, EE.UU. arrasó la parte oriental y nororiental de Laos con bombardeos continuos de bombas racimo, que se caracterizan por abrirse dejando caer cientos de sub-municiones. En la actualidad, el programa laosiano UXO (artillería sin explotar) estima que aún existen mas de 70 millones de sub municiones sin detonar, y por ello desde hace más de 30 años la sociedad laosiana no puede utilizar esas tierras para agricultura y atravesarlas es un riesgo de vida. Según Pierre estas bombas todavía matan y lesionan a cientos de civiles cada año en Laos.
Finalmente con la retirada de los EE.UU. de Vietnam y con la caída de Saigón ante los norvietnamitas, en 1975 los comunistas laosianos decretaron el fin de la monarquía y proclamaron la República Democrática Popular de Laos. Pero según Pierre desde un par de décadas el gobierno laosiano comenzó a suavizar su régimen, para permitir la aparición de empresas y la entrada de capital extranjero.
Luego mi viaje siguió a través de Muang La, Muang Khua y Muang May, donde conocí a Guillerme, un francés que pedaleaba hacia Vietnam. Y fue bueno, porque juntos atravesamos lo que sería una de las peores rutas a lo largo de todo mi viaje. Los caminos eran de tierra y en muy mal estado, con pasos que superaban los 1000 mt de altitud y a veces con 6 o 7 trayectos diarios en obras a atravesar. A menudo nos encontrábamos con la ruta bloqueada y por ello debíamos arrastrar nuestras bicicletas por arriba de una montaña gigante de cascotes, algo anti-humano para quien viaja con una bicicleta de 80 kilos. La otra opción era esperar para que las excavadoras y aplanadoras despejen al camino, lo que podía llevar hasta horas.
Pedalear por esta zona sirvió para entender otra problemática de la gente local. Según me explicaron cada año, en el norte del país, cuando llega la época de preparar los campos para la siembra del arroz la población realiza la quema de los restos de la última cosecha y también de nuevas áreas de bosques para satisfacer la creciente demanda de suelo fértil. Esta antigua práctica agrícola, que se realiza en terrenos inclinados, ha permitido que muchas personas, generación tras generación, puedan producir los alimentos de necesidad inmediata. Pero en realidad la práctica de la quema tiene una eficacia temporal, así como su fracaso absoluto tras haberse recogido uno o dos cultivos. “Este método causa efectos dañinos e irreversibles al suelo”, me decía Pierre. “Será que los campesinos lo entienden, o se importan”, le pregunté. Y Pierre se quedó en silencio.
Entonces pensé en los países económicamente desarrollados, que usan miles de millones para las guerras o para el financiamiento de bancos, cuando deberían con una cantidad de dinero mucho mas pequeña, casi una miseria comparándolo, ayudar a las poblaciones de estos países a solucionar sus problemas alimentarios, sin tener que forzarlos a buscar nueva selva por quemar simplemente para sobrevivir. Un asunto que también reguarda al cambio climático. Pero en Laos no hay petróleo.
Pedalear por el norte de Laos, fue como pedalear bajo una enorme chimenea. Bajo un inmenso manto de humo. Realmente asfixiante!