Continuando con mi pedaleada cuesta arriba llegué a Nairobi, una ciudad gigante situada a 1.920 metros sobre el nivel del mar. Su tamaño me deslumbró y al principio tuve miedo. Eran demasiados vehículos y multitudes que se esparcían como hormigas a un ritmo que sólo las grandes ciudades poseen.
Llegar a Kenia no fue como llegar a cualquier otro país africano. Apenas crucé la frontera desde Tanzania, comencé a sentirme raro. Mi cuerpo parecía no acreditar los 10.000 kilómetros ya recorridos. Ya no era aquella persona que un año atrás arribaba a África con una pila de deseos por concretar, sino alguien mucho más tranquilo, silencioso y observador, que apenas seguía su camino.
Tardé dos días en atravesar los casi 200 kilómetros que separan la frontera de la capital. Enseguida comprobé que este país está más avanzado que las naciones vecinas de donde yo provenía.
La zona sur de Kenia se encuentra a pocos kilómetros del paralelo 0. El clima tropical y la altitud colaboran para que la vegetación sea de un verde intenso y para que el calor, por suerte, no sea tan agobiante.
Continuando con mi pedaleada cuesta arriba llegué a Nairobi, una ciudad gigante situada a 1.920 metros sobre el nivel del mar. Su tamaño me deslumbró y al principio tuve miedo. Eran demasiados vehículos y multitudes que se esparcían como hormigas a un ritmo que sólo las grandes ciudades poseen.
De repente, cuando me dirigí al centro en búsqueda de alojamiento, sentí como si una locomotora fuera a pasarme por arriba. Una aguda y prolongada bocina, que hasta ese momento sólo asociaba con los trenes, aturdió mis oídos. Casi entregado a que sucediese lo peor, me di vuelta por instinto y vi que solo era un matatu.
Los matatus son pequeñas camionetas destinadas al transporte de pasajeros. Su capacidad es de 18 personas mas el conductor. Dos van como acompañantes, y las otras 16 sentadas -un poco apretadas- en 4 filas de 4. Lo más pintoresco a parte de su color es que suben tantas personas como pueden, siempre hay lugar para uno más. Por eso es muy común ver matatus a toda velocidad con sus puertas abiertas y el cobrador colgando.
Cada matatu tiene su nombre, y parecería que éste es elegido para subrayar la intrepidez del conductor: «Relámpago blanco», «Velocidad» o «Muerte o Gloria». En las noches se parecen más a una disco bailable que a un medio público, con luces rojas, verdes o violetas en el interior y música a todo volumen, disfrazando a la ciudad nocturna de fiesta.
Haciendo negocios en Nairobi
Para todo keniano estar en Nairobi implica ir detrás de negócios, Es una ciudad de 3 millones de habitantes com muchos contrastes: casas humildes, mansiones enormes, exquisitos centros comerciales y gente de todos lados: africanos, europeos, asiáticos y árabes. Todos están mezclados, haciendo negocios en sus elegantes oficinas de trabajo o simplemente en las veredas de las principales calles. En esta ciudad, todo vale.
Aunque no lo deseaba, yo sabía que si no me subía a ese eufórico ritmo (muy distinto del que venía llevando mi viaje) en un cierto plazo sufriría uno de los peores inconvenientes: «el económico».
Por eso, una vez instalado, guardé mi equipaje en la habitación y con mi bicicleta comencé a visitar algunos de los contactos que archivaba de mi recorrido africano.
Tuve suerte: a mi cuarto día en Nairobi, el principal diario del país publicó una nota acerca de mi viaje. Esto permitió que grandes empresas me abrieran sus puertas para dialogar su apoyo económico a mi proyecto. A su vez, dos canales de televisión y otros dos periódicos nacionales también divulgaron mi iniciativa, permitiéndome agradecer a aquellos que me ayudaron: Multichoice, Safaricom y Nivea.
Un alto en mi recorrido
Dar la vuelta al mundo en bicicleta no sólo implica estar bien físicamente y salir a la ruta a pedalear tantos kilómetros diarios como uno pueda. El emprender un viaje como éste me obliga a proyectar cuidadosamente cada etapa venidera, informándome sobre la situación actual de los caminos y sus peligros, los lugares más interesantes a conocer y, por supuesto, la manera de cómo generar los recursos económicos para seguir adelante.
Por ello, cuando llegué a Nairobi tras doce meses de pedaleo, creí que sería bueno parar el viaje por un par de meses para diagramar mi paso por el próximo continente: Europa.
Aunque según mis cálculos aún me restan seis meses de ruta por el África, el trayecto recorrido me mostró el modo en que operan las grandes empresas y ya no puedo escapar a ello.
Recuerdo cuando en el año ´99, cansado de la rutina y de los trámites burocráticos, dejé mi casa y mi trabajo en Brasil convencido de que mi nuevo emprendimiento me mantendría lejos de todo aquello y me daría la libertad que tanto deseaba. Pero con el tiempo aprendí que para salirse del sistema no era necesario rebelarse contra él, sino usarlo el tiempo necesario para poder alcanzar mis metas.
Por ello, llegado el momento, dejé mi bicicleta en la Embajada Argentina de Nairobi y junto a mis carpetas reemplacé las bermudas de ciclista por ropa de abrigo y un buen paraguas para encarar el invierno europeo.
De esta manera, respetando la política de trabajo de las grandes compañías, visité algunas ciudades europeas para presentar el proyecto «La vuelta al mundo en bicicleta», permitiéndoles a ellas el tiempo necesario para su buen estudio y así conseguir su fundamental apoyo para seguir adelante.