Km 57.373
Tras dos meses de viaje en los que atravesamos Turquía, Clara y yo llegamos a la frontera y cruzamos a Siria; estábamos felices y teníamos muchas expectativas. Aquella noche la gente del pequeño pueblo fronterizo nos dio una cálida bienvenida, los propietarios de los negocios nos llamaban para sentarnos con ellos; por ello aceptamos la invitación desinteresada de Ahmed que enseguida al entrar a su negocio nos convidó con más de una docena de fatayier, unas pizzas tradicionales que se cocinan con carne.
Pero me cayeron muy mal, porque cuando acampamos a las afueras del pueblo a media noche me desperté con retorcijones fuertísimos en el estómago y luego devolví siete veces, como nunca lo había hecho en mi vida; fue una noche interminable, hacía frío y no veía la hora de que amanezca para andarnos de allí. Me había intoxicado.
Con los primeros rayos de sol y ya sin fuerzas me eché a tierra y dejé que Clara se encargue de descampar y cargar las bicicletas, luego nos dirigimos al pueblo que estaba a un kilómetro donde enseguida conocimos a Mohamed quién nos acogió y nos dio una de sus habitaciones en su negocio. Mas tarde uno de sus amigos me llevó a un médico y tras 24 horas de reposo y algunos medicamentos mejoré.
Pero esa no fue la suerte de Clara, que días después comenzó a sentirse mal, y quién demoró una semana para recuperarse y volver a la ruta. Aquellos eran los últimos días de Ramadán en los que la gente se abstiene de ingerir cualquier tipo de alimento, bebida o incluso de fumar, y con cuanto nerviosismo manejaban algunos. Era Aleppo, la segunda ciudad más grande de la Siria que se preparaba para la gran fiesta, el Id al Fitr. La gente salía de compras, las calles estaban súper pobladas y pedalear entre tanta euforia verdaderamente se tornaba peligroso.
A diferencia de la capital, la gente en Aleppo es más cerrada, más tradicional y en varias ocasiones con Clara nos sentimos incómodos. En las calles del centro, donde estábamos alojados, casi la totalidad de las mujeres van cubiertas con velos, por lo que Clara varias veces fue abordada por mujeres que le hacían un gesto de desprecio por su cabello suelto o por usar una prenda manga corta. Y los hombres no eran menos, porque sólo con su mirar parecían comérsela.
También en ruta hacia Aleppo fuimos sorprendidos; mientras pedaleábamos repetidas veces Clara fue acosada por varias motos. Parecían chicos pero no lo eran. Por ello tuvimos que detenernos y pese al calor Clara tuvo que cubrirse los brazos y amarrarse el cabello. “Otra cultura” le decía yo, aunque ambos no podíamos esconder nuestro enojo.
El viaje por el interior de Siria duró casi un mes con mucho frío y a veces bajo lluvia visitamos sitios arqueológicos como Ebla, Afamia y Palmyra, o las ciudades muertas que datan de 15 siglos atrás, también Hama y Homs, las otras dos ciudades principales camino a Damasco. Y así, despacio y curiosos nos fuimos mezclando con la gente del interior, con su forma de ser y con sus tradiciones.
Recuerdo la historia de Ahmed, un joven que a sus 20 se esposó con su prima de 15 años, “todo fue un acuerdo entre nuestros padres”, me decía; ”y ya no importa mi felicidad, sino la de mis hijos; tal vez fue Alá que así lo quiso.
Nos preguntábamos como era la vida matrimonial creada de esta forma, artificial. Y bastaron otros km de ruta para verla en Sarache, cuando fuimos invitados a la casa de un hombre que hablaba un poco de italiano. Tenía una buena posición económica y tres hijos, de los que solo el varón era su orgullo. Su mujer de casi una veintena de años menor era una figura casi inexistente e infinitamente triste. Aquella noche también conocimos a los amigos del dueño de casa, dos de ellos eran polígamos y según nos decían casados con chicas mucho más menores.
Clara me decía que a esta gente le falta una etapa de sus vidas, ellos pasan de niños o niñas a hombres o señoras, y enseguida a madres. Ellos no tienen aquella adolescencia prolongada como cada vez más sucede en occidente. Solo aquellos que se relacionan con el mundo occidental mediante la universidad o el estudio del inglés son los que tienen deseos de vivir otra vida, de irse del país, de estudiar afuera, de tener mas de una novia o de ir a la disco; de tener aquella adolescencia que ven en los programas de televisión, casi siempre de origen americanos. “Estamos siendo conquistados por occidente a través de la televisión”, me decía el amigo de Mosab.
Pero también encontramos gente espléndida, de los que verdaderamente nos hicieron sentir como en casa, de los que nos emocionamos al despedirnos, aquellos que nos mostraron que sus verdaderos valores pasan por crear una familia. Recuerdo a Mosab de Afamia o a la numerosa familia de Khan al Sobl, se los veía felices, era gente muy sencilla, eran abuelos, padres e hijos que habitaban todos juntos, eran los hombres que compartían con las mujeres que no eran para nada inexistentes, ellos no las aislaban, las integraban, las respetaban.
Un día difícil
Camino a Palmyra nos detuvimos en Al fruqlos, nos habían informado que era un pueblo con la mayoría de la población cristiana, aunque ni lo percibimos. Aquella noche fuimos convidados por Khalil a su casa, un graduado universitario hijo de una cristiana convertida al Islam. Y como muchas otras veces fuimos indagados acerca de nuestro estado civil, desde que iniciamos el viaje en la Turquía siempre fue lo primero que nos preguntaron, parecería que para los musulmanes solo cabe el respeto si uno está esposado y por ello siempre lo hicimos creer así; pero esta vez con Khalil era diferente, porque era un tipo distinto, una persona abierta y de mente liberal. Aquella noche conversamos durante horas pero todo terminó mal. A su madre no le caímos muy simpáticos porque discutimos por los ideales de la mujer entre oriente y occidente y ella se enfureció aún más cuando sus hijos nos dieron la razón, sin duda éramos un mal ejemplo.
Finalmente por una “cuestión de espacio” montamos la tienda fuera de su jardín y de su casa; y sufrimos porque a la 1.00 am nos abordaron tres perros que comenzaron a ladrar salvajemente, a tocar la tienda, parecían que nos querían atacar. Fue casi una hora de terror, Clara temblaba y lloraba como una nena, y yo estaba como un loco a ciegas sentado en el medio de la carpa con mi cuchillo africano, calmando a Clara mientras esperaba a destruir la tienda para acertar en el primer perro que se nos tirase encima. A un cierto punto consigo escapar de la tienda y salto la pared para que me abran la puerta para montarla dentro. En verdad esperábamos que ante semejante escándalo alguno viniese a espantar a los perros. Pero tuve que ser yo el que tuvo que reaccionar.
A primera hora de la mañana, cuando Khalil se fue a trabajar su madre nos vino a patear la tienda y a los gritos a decirnos que nos marchemos, “Yala, yala!!!!”. No lo podíamos creer, la vieja nos estaba echando y nosotros que apenas habíamos dormido un par de horas. Nos levantamos como pudimos y ante más gritos le grité y se calmó, y en pocos minutos dejamos su casa. Que vieja reventada!!!
Buscando un poco de paz, a los pocos km nos detuvimos con Clara para desayunar, dejamos la ruta principal y nos adentramos en una zona semidesértica, pero desde lejos escuchamos gritos de niños que comenzaron a correr hacia nosotros y preferimos irnos, pero los niños que corrieron rápido nos rodearon y amenazándonos con piedras nos pidieron dinero. No lo podíamos creer, no nos podíamos ir, estábamos siendo secuestrados por una decena de niños que no superaban los 10 años. Por ello tuvimos que ir a su casa para buscar a su madre, con quién mediante señas le expliqué lo sucedido. Y fue gracioso, porque en un ataque de nervios, en los que contemplaban todo el malestar de las últimas 12 horas, agarré por el cogote a quien parecía ser el jefe de todos y lo alcé del suelo asustándolo para que nos deje ir. Hasta yo me sorprendí.
Cuando llegamos a Palmyra Clara tuvo una recaída y paso varios días con fuertes dolores de estómago, con temperatura y devolviendo. Y yo no podía hacer mucho a no ser que acompañarla, ir a la farmacia o cocinarle lo que el médico ordenó.
La Siria se nos presentaba de una manera hostil.
Damasco, km 57.850
Tras una semana de antibióticos, el malestar de Clara no dejó de preocuparme, y por ello viajamos a Damasco de autobús, pero bastó con llegar a la ciudad e instalarnos en el Hotel Four Season para que Clara mejore. Claro, era un hotel 5 estrellas que como sponsor nos brindaba 5 días en una de sus lujosas habitaciones con pensión completa.
Nuestra estadía en Damasco se prorrogó por otras 3 semanas, donde nos instalamos en casa de John, un músico alternativo que rentaba cuartos para estudiantes. En aquella casa vivían María y Salvo, una española y un siciliano que estudiaban árabe, Sandrine una Belga que enseñaba francés y Adel, hermano de John. Aquella casa fue como nuestra casa y los chicos nuestros amigos.
También conocimos a Luis, un español que nos presentó al Damasco Shell Club, una asociación de extranjeros donde he hecho un par de presentaciones acerca del viaje.
Finalmente dejamos Damasco camino a Beirut, tras casi dos meses en Siria sentimos la necesidad de viajar a un país nuevo, y pese a la crisis política, Líbano atrapaba nuestra curiosidad.