[:es]Por segunda vez me encontraba en Turquía, pero esta vez sabía que no iba a ser lo mismo. Tras tres semanas en Estambul que quedarán en uno de los mejores recuerdos, partimos con Clara hacia Yalova y para ello prendimos un barco que nos portó a través del mar Marmara.
Y desde allí pedaleamos hacia Ankara, para lo que demoramos unos tres días. El primer día bordeamos el lago de Iznik y aquella noche acampamos en su costa. Que lindo atardecer. Al día siguiente cruzamos el cordón montañoso Samanli y atravesando el planalto central recorrimos otros 250 km para llegar a la capital. El viaje fue tranquilo en cuanto a la pedaleada porque el tiempo nos ayudó y ya no hubo grandes montañas, aunque en lo personal me calenté un par de veces.
Es obvio que ya no viajo como antes, ya no voy solo y parecería que a los hombres ya no les soy tan simpático; a decir verdad ahora es Clara la principal protagonista porque a mi ya ni me miran; y de nada vale la gigante bicicleta con sus 46 banderitas pero realmente no es esto lo que me preocupa. Recuerdo aquella tarde cuando nos detuvimos en una estación de gasolina y entramos al mercado; enseguida un tipo de baja estatura y delgado se plantó frente a ella sin dejarla avanzar, como bloqueado, hipnotizado, deseándola. Me costaba creerlo, yo estaba a tan solo unos centímetros detrás de Clara y el tipo como si nada; por ello enseguida aparté a Clara y en un tono furioso, guapeándolo, le dije: “hermano, que te pasa?” Obviamente que no me entendió, pero mi tono se lo dijo todo y el tipo desapareció.
La otra rabieta me la agarré cuando me enteré que el mozo del bar donde habíamos acampado y con quién ya habíamos hecho una cierta amistad fue a esperar a Clara que saliese del baño, mientras que yo la esperaba afuera con las bicicletas listas para irnos. Y que maldito cabrón, porque la interceptó en el corredor y según Clara de una manera muy infantil le dio tres besos y un abrazo, por lo que Clara se lo quitó de encima con un empujón. “Infantil las pelotas” le dije yo, cuando me lo contó al haber dejado el lugar, “seguro que a una mujer turca eso no se lo hace”. También aquella vez Clara fue inteligente por no decírmelo enseguida, porque lo hubiese agarrado del cogote.
De esa forma, mas revirado que cansado llegamos a Ankara donde nos detuvimos unos días para tramitar las visas para Siria. Y que burocracia, necesitamos dos cartas recomendación de nuestras embajadas. Pero parece mentira, la embajada italiana más burocrática que la Argentina? Los italianos solo nos dieron la carta cuando confirmaron la autenticidad del pasaporte de Clara unos cuantos días después.
Cuando dejamos la capital pedaleamos 103 km, para lo que nos tomó todo el día; el camino era plano pero tuvimos algunas lluvias y por ello nos detuvimos varias veces. Ya en el final de la tarde estábamos un poco mojados y como al día siguiente era el cumpleaños de Clara aquella noche nos instalamos en un hotel. Y no me equivoqué, porque llovió toda la noche; creo que Clara me hubiese matado. Al día siguiente pedaleamos poco y acampamos en las márgenes del mayor lago saldado de la Turquía; y ese fue mi regalo: “aquel atardecer y el vino bajo las estrellas en el Tuz Golu”. Un cumpleaños atípico me dijo Clara, “es la primera vez que me voy a dormir a las 23 hs.”
Al día siguiente recorrimos las márgenes del lago, hacía frío y también llovía de tanto en tanto, pero valió la pena porque el lago estaba en todo su esplendor y así lo caminamos durante horas.
Días después llegamos a la Cappadocia y nuevamente me encontré con mi amigo Enrico y nos alojamos en su casa, o mejor dicho en la casa de Mehmet. Todos ellos muy buena gente. Cappadocia, donde ya había estado antes no dejó de sorprenderme, recorrimos los museos abiertos, los dos grandes valles, subimos al gran castillo de Uchisar y volamos en globo con Sultan. Allí festejé mi cumpleaños, es el 6º en mi viaje y el primero que lo festejo en compañía, todavía recuerdo con que dulzura Clara me traía la torta con las velitas. También para mí fue un cumpleaños atípico.
La pedaleada hacia la frontera se extendió por unos 10 días, en los que debimos enfrentarnos más de una vez a perros sin dueños; y como nos asustamos aquella tarde cuando se nos acercaron aquellos tres, uno de ellos tenía sangre en su cuello y de esos collares con espinas de metal, parecía uno de esos perros malos en los dibujitos animados, pero este era de verdad. Joder!!!!!
Camino a la frontera, acampamos en la montaña y coño que frío que hizo; también acampamos en la playa y con unas familias que trabajaban en las plantaciones de algodón. Y todavía en ruta nos recibió Mohamed con quien celebramos el Ramadán, y que manera de servirnos comida esta gente.
Pero también recuerdo a Abu, un idiota que se me acercó a la tienda mientras vigilaba su plantación de sandías; y fue tras conversar un rato que le dije que se vaya porque queríamos dormir, pero me sorprendió porque de la manera mas estúpida me preguntó si era yo que lo estaba invitando a entrar a la tienda con Clara. “Pero que idiota!!!” Bastó con mostrarle mi cuchillo africano y amenazarlo con gestos para que entendiese lo que le podía suceder si seguía haciéndose el idiota, por ello enseguida terminó su cigarro y se fue. Pero más tarde llegaron otros dos tipos, eran amigos de Abu y así esta vez los tres se sentaron con nosotros y nos invitaron con una sandía, al principio parecían simpáticos, pero luego no me gustaban como miraban a Clara y tuve que provocar a uno para que entendiesen que la cosa no iba por ahí, quizás con un poco de miedo, pero funcionó porque se fueron enseguida.
Los turcos son buena gente, pero muchas veces son demasiados molestos especialmente si uno viaja con una mujer, bastaba con descuidarme unos minutos para que se amontonasen como abejas. Creo que en esta parte del viaje voy a reventar a alguno o tal vez aprenda a tener más paciencia. Recuerdo en Estambul aquel lustrabotas que ofreciendo su servicio le agarra el pie a Clara, o a los tantos graciosos que siempre en un roce le acariciaban la mano o un brazo al menos para tener un contacto con ella; o aquel fotógrafo que solo dejó de fotografiarla cuando me le puse en el frente de su cámara; y como no recordar aquel vivo que aprovechó que me alejase de ella para tocarle la pierna verificando sus músculos.
Me dan ganas de agarrarlos del cogote, a todos!