Km. 65.700
Cuando dejé la Capadocia, le pregunté a Enrico: “cual es el camino de menos montañas para dirigirme a Irán”; pero el italiano que desde hace años frecuenta y trabaja con turismo en Turquía, solo se remitió a hablarme sobre los lugares top en el sudeste del país, y por ello, pese a que yo sabía que la ruta que atraviesa la región nordeste es la más fácil de pedalear; acabé tomando los consejos de Enrico y por ello la opción más difícil: “atravesar el Kurdistán turco”.
Pero me equivoqué y sufrí mucho, porque durante más de tres semanas pedaleé en una zona montañosa, donde en varias ocasiones la ruta llega a los 2000 mts de altitud, baja rápidamente a los 600 o 700 mts y luego sube otra vez. Fue un constante sube y baja, a veces con poblaciones muy distanciadas entre ellas y cada tanto con algunos graciosos que por no detenerme a conversar con ellos me arrojaban piedras. Agotador, masacrante y por momentos anti-humano.
Según me explicaron el Kurdistán es la región situada al norte de Medio Oriente, reclamado históricamente por el pueblo kurdo, la etnia que lo habita. Pero actualmente se encuentra dividido en cuatro zonas cuya soberanía corresponde a Turquía, Irak, Irán y Siria. La parte turca tiene una muy mala reputación, ya sea entre los turistas extranjeros como entre los propios turcos. En más de una ocasión fui advertido a no dejar la ruta principal y a no acampar en soledad por el riesgo a ser robado y/o secuestrado. Según me informaron, semanas previas a mi llegada a Turquía grupos de rebeldes kurdos secuestraron 3 alemanes que se encontraban haciendo turismo.
En mi recorrido por el Kurdistán turco, visité Diyarbakir, la ciudad de casi un millón de hab., que fue el epicentro de la rebelión Kurda en las décadas del 80 y del 90 contra el gobierno turco y su ejército. En el 2004 el partido de trabajadores Kurdos (PKK) reanudó su campaña de violencia y por ello hasta hoy, en toda la zona del Kurdistán existe una fuerte presencia militar del gobierno turco, por lo que todavía la relación entre ambas partes es muy áspera. Por momentos tenía la sensación que estaba en un área tomada, porque hubo días que he cruzado varias bases militares con tanques de guerra, helicópteros y grandes depósitos, todo en una zona bien custodiada por soldados, quienes demasiado jóvenes con casco y ametralladora en mano se resguardaban en garitas de piedra detrás de bolsas de tierra; como en las películas de guerra. Recuerdo cuando crucé una base militar donde había una camioneta con al menos una decena de soldados y a mi saludo uno me empieza a correr como si fuese un delincuente; claramente que me detengo y antes de que me aborde enfurecido le grito: “¿Que pasa?”. Era la primera vez que me detenían en un control, y la forma en que lo hacían me irrito. Bastó mi reacción, para que el soldado y sus compañeros me autoricen a seguir pedaleando.
En otra ocasión me detengo en una base para pedir agua; no me dejaron acercarme a la puerta y me controlaron las botellas térmicas como si portase una bomba dentro de ellas; y me dieron agua prácticamente caliente, mientras otros soldados se paseaban delante de mí con botellas de agua mineral. Era uno de esos momentos que moría por agua fresca.
En Diyarbakir conocí a Hassan, un tipo de 40 años, padre de 3 hijos y quien habla 4 idiomas. Según me explicaba, al final de la Primera Guerra Mundial, los kurdos apoyaron a los aliados contra el imperio otomano, y así lograron por medio del Tratado de Sévres el reconocimiento de la independencia del Kurdistán. Sin embargo, éste acuerdo internacional nunca se ratificó y fue sustituido por otro tratado que repartió el territorio kurdo entre Turquía, Irak, Irán y Siria.
“Estamos cansados” me decía Hassan,“los turcos nos están ofuscando hace más de 85 años, pero un día se les va acabar. Nosotros también exigimos derechos humanos. Somos más de 20 millones, aunque el gobierno turco no lo reconoce, no tenemos una radio ni un canal de televisión, porque está prohibido y solo un periódico kurdo, que es controlado por el gobierno. En las escuelas no se puede hablar el kurdo, y el gobierno no invierte en esta zona, no hay empresas y por ello no hay fuentes de trabajo, el Kurdistán turco es una zona totalmente olvidada”.
Lo que más me llamó la atención es la cantidad de niños que existen entre la población kurda, parecería que si no hay un cambio, éste será el factor determinante por el que los kurdos en un futuro se impondrán a los turcos.
Durante mi estadía en Diyarbakir me instalé en el Hotel Buyuk Kervansaray, que me sponsoreó con dos noches de alojamiento, un edificio histórico donde antiguamente las caravanas se detenían en su recorrido por la ruta de seda. Diyarbakir al igual que otras ciudades del Kurdistán fue ocupada y disputada por diferentes civilizaciones, como los asirios, los persas o los romanos; estos últimos posiblemente fueron los que construyeron la muralla de 6 km que todavía rodea la parte vieja de la ciudad. También visité la Ulu Cami, la principal mezquita, edificada en le siglo XI y la iglesia de La Virgen María, donde viven familias cristianas, que lamentablemente están más preocupada en pedir dinero que mostrar la iglesia y sus curiosidades.
Los Monasterios Cristianos
Durante mi recorrido por el este de Turquía también visité los Monasterios de Mor Gabriel y Deyrul Zafaran, de la Iglesia Sirio Ortodoxa construidos en el siglo IV y V respectivamente. Ambos monasterios tienen como principal propósito mantener el cristianismo sirio ortodoxo vivo en la tierra de su nacimiento, proporcionando instrucción y el ordenamiento de nuevos monjes. Pero lo interesante es que mantienen su propia liturgia en idioma siríaco (una variante del arameo, la lengua que hablaba Jesús). También en diferentes ocasiones los monasterios han proporcionado protección a la población cristiana.
Según me explicaron el origen de la Iglesia Sirio Ortodoxa se remonta al siglo I, siendo la primera iglesia cristiana establecida fuera de Palestina, fundada en Antioquía, (hoy Turquía) por el apóstol Simón Pedro en el año 34. Pero con el tiempo sufrió persecuciones, como la del Imperio Bizantino por haber rechazado la asamblea celebrada por la Iglesia Católica en el siglo V, que discutía la naturaleza de Jesús; o la de los turcos otomanos que durante e inmediatamente después de la I Guerra Mundial forzaban a los cristianos a convertirse al Islam. En las últimas décadas también muchas familias cristianas de la Turquía se vieron obligadas a emigrar. Por ello en la actualidad existen comunidades sirianas en Líbano, Siria, Irak, en la provincia turca de Mardin, en Europa, en EE.UU y hasta en la India.
Cuando visité los monasterios, enseguida me recibieron sus estudiantes, que en su mayoría eran chicos entre 10 y 25 años. Algunos llevaban más de un año, como George o Matías que tenían sus familias en la zona, mientras que otros eran los hijos de aquellos que habían emigrado un par de décadas atrás, y que por unos meses se encontraban estudiando el siríaco.
Dejé los monasterios un poco asombrado, porque pensaba que allí encontraría; en cierta manera, una vida monástica; pero con gente adulta.
Mi viaje por el interior de la Turquía siguió rumbo al este, pasando por Mardin, Midyat, Hasankeyf, Batman, Tatvan y Van. Corrían los días de Ramadán, por ello encontrar un lugar abierto para comer en el mediodía resultaba imposible. Con un poco de suerte, alguien me improvisaba un almuerzo; pan, queso, tomate aceitunas, miel y té. En muchas aldeas no había donde comprar algo de comer; pero al menos en la zona de Malatya fui abordado por vendedores ambulantes que me regalaban puñados de frutas secas. La coronación fue un hombre mayor que me regaló una bolsa con al menos 2 kilos de orejones. Lo que menos quería era cargar con más peso, pero el buen hombre ni siquiera me dejó tomar una parte de su obsequio y tuve que llevarme todo.
También recuerdo a Mehmet, un muchacho de 34 años que era maestro y ayudante del director de la escuela donde trabajaba, por lo que tenía una buena posición económica y vivía en un lindo departamento, aunque me sorprendí a la hora de tomar baño, porque no tenía ducha. El maestro también me habló de la situación en el Kurdistán turco, hasta muy tarde en la noche.
Paradójicamente, muchas veces descanso más en la tienda que cuando me invitan a dormir a una casa. Aunque no siempre el viento y los ruidos del lugar me dejan dormir bien, a veces me tengo que levantar más de una vez para asegurarme de que no haya nadie rondando cerca. Cada vez que acampo el equipaje queda sobre la bici y por ello tengo paranoias. Una vez en Hasankeyf, a mitad de la noche me abordó un perro y comenzó a ladrar por un largo rato, ni siquiera respiraba el maldito perro, solo ladraba, por ello tuve que levantarme e improvisar: “ahuyentarlo a cascotazos”.
Pedalear el Kurdistán turco no fue fácil, si de antemano lo hubiese sabido, habría tomado la otra ruta. Los lugares que Enrico me había indicado, como el monte Nemrut circundado con las enormes cabezas de piedra o inclusive el volcán que también lleva su nombre; no justificaban ésta ruta tan difícil. Algunos lugares tienen los precios totalmente desubicados, y lo peor es que la esencia del lugar se pierde.