La otra cara del golfo

Si hay una cosa que me sorprendió durante mi estadía en el Golfo Pérsico es el mal trato hacia los inmigrantes Asiáticos que según me dijeron se estima en quince millones de personas, es decir, más de la mitad de la población de la zona.

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Si hay una cosa que me sorprendió durante mi estadía en el Golfo Pérsico es el mal trato hacia los inmigrantes Asiáticos que según me dijeron se estima en quince millones de personas, es decir, más de la mitad de la población de la zona.

El rápido desarrollo de las economías de los países ricos en petróleo del Golfo (Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar) ha provocado en las últimas décadas un fenómeno migratorio de gran envergadura. La fuerte demanda de mano de obra favoreció la inmigración de trabajadores procedentes de India, Pakistán, Bangladesh y Filipinas, entre otros países de Asia. Éstos trabajan en la construcción, como empleados domésticos, taxistas o en cualquier otro tipo de servicio; pero debido  a que se carece de un sistema legal que proteja a los trabajadores de abusos, la inmigración se convirtió en un negocio; en una mafia.

El sistema de inmigración exige un sponsor para obtener un visado. Este permiso de trabajo pasa a ser propiedad del patrón, que incluso se apropia del pasaporte del empleado, por lo que si éste quiere renunciar a su trabajo y buscarse otro o irse del país no puede; porque no tiene dinero ni el pasaje aéreo, que obtendrá a fin del contrato. Así el empleado se ve forzado en cumplir su trabajo durante el período de la realización del proyecto determinado. Además, las agencias de contratación en el país origen cobran a los trabajadores cantidades que los dejan fuertemente endeudados. Recuerdo la historia de Rajan que cada vez que me veía con mi computadora encendida me pedía para llamar a su familia. Me contaba que en India le habían prometido un sueldo superior a los 200 u$s, (por lo que él había pagado 2000 u$s para ser contratado) pero que desde su llegada no cobraba ni siquiera la mitad. Rajan llevaba casi 5 años sin ver a su familia. Pese a todo la esperanza de reencontrarse con los suyos lo mantenía vivo, le faltaban pocos meses para irse; estaba ilusionado y convencido de que no volvería al Golfo.

Casos como éste hay miles me decía Tony, un amigo libanés que para contratar a una empleada domestica tuvo que pagarle a una agencia en Kuwait 5.000 u$s para que le traigan una chica desde Filipinas. “Aquí no la encontraba y la necesitaba urgente” me decía. Luego Tony según me explicó la contrató por 5 años con un salario mensual de 150 u$s.

Cuando estaba en Dubai supe de un caso de una empleada doméstica de Eritrea que fue acusada de robo por haber entrado al cuarto de la familia donde trabajaba para agarrar su pasaporte porque sus patrones no se lo querían dar. La mujer que fue absuelta pero que corría el riesgo de ir a la cárcel se defendió en juicio diciendo: “no soy ladrona, solo agarré lo que me pertenece porque me quiero volver a mi país”. Según me contaban son muchos los casos de mujeres que han huido de sus empleadores por mal trato, impago, abusos verbales y físicos, o violación. En Bahrain muchos inmigrantes asiáticos se suicidaron tirándose desde el puente que separa la isla con Arabia Saudita.

No es difícil notar el mal trato hacia los inmigrantes asiáticos o el sentimiento de superioridad por parte de los locales. Durante todo mi viaje por el golfo he visto varias veces como los locales de cada país llegan a los negocios y sin bajarse de sus autos con aire acondicionado comienzan a tocar bocina, para que los atiendan. Algunos parecen salvajes, maleducados. Ni que fuesen reyes, tocan bocina tantas veces como les sea necesario, sin importar si molestan o no y lo hacen hasta que el empleado del negocio, (siempre un asiático) sale a atenderlo. El pedido puede ser un paquete de cigarros, una bebida o cualquier otra cosa. Luego el empleado, bien sumiso va por el pedido y se lo lleva. “Propina?” le pregunté a uno, “ni las gracias” me contestó, riéndose.

“La ley es siempre para ellos y las embajadas no pueden hacer mucho al respecto”, me decía Carlos, un amigo latino que vive en Dubai hace más de un año; y quien me contaba acerca de su amigo, un inglés que trabajaba en el hospital americano, que un día mientras manejaba fue encerrado por un auto en una brusca maniobra por lo que el inglés se descargó haciéndole un “fuck you” con su dedo mayor en alto. Pocos días después el inglés fue detenido por la policía, despedido de su trabajo, sentenciado a pasar un tiempo en la cárcel, y tras la condena deportado a su país.

Pero lo que más me costó creer fue cuando en los Emiratos Árabes Unidos un amigo me mostró un video en el youtube del Sheikh Issa, el hermano del presidente del país en el que se lo ve torturando a un afgano. En el video el Sheikh Issa le dispara al afgano a los pies, haciéndolo bailar;  luego con una tabla de madera con clavos salientes le pega en el trasero y después le mete un palo en el ano; por último le pasa por arriba con su Mercedes.

Mi estadía en el golfo se extendió por 6 meses y me bastó para entender que por más que se atente contra los “derechos humanos” por éstas latitudes nadie va a irrumpir.

En los últimos días también conocí la historia de Mohammed, que a diferencia de las otras, me llenó de satisfacción. Mohammed es un taxista inmigrante de Bangladesh que lleva 15 años trabajando en el golfo. “Aquí la vida para el inmigrante es muy dura” me decía, “los primeros 9 años viví en Arabia Saudita, pero recién al tercer o cuarto comencé a guardar algo de dinero, entre 100 y 200 u$s por mes. A veces un poco más. Luego me mudé a Dubai, donde ya llevo 6 años, pero solo 3 trabajando como taxista. En total somos más de 7000 taxistas en el país, todos de India, Pakistán o Bangladesh. La empresa nos da alojamiento que son bloques de habitaciones; somos 4 personas en cada una de ellas, con 1 baño en común por cada piso, 10 duchas y 10 sanitarios cada 200 personas; y también existe una pequeña cocina en común pero que apenas basta para hacerse té. Pero éste es un buen trabajo, trabajamos 12 horas por día, todos los días y ganamos el 35% de lo que facturamos. De esta manera cuando me va bien mi salario ronda los 1200 u$s por mes y por ello ahorro 500 u$s, con el resto vivo y mantengo a mi familia. En pocos meses más tendré el capital ahorrado para retirarme y poner mi propio negocio de autopartes en Bangladesh”. “Cuanto necesitas?” le pregunté, “60.000 u$s” me dijo.

Estaba claro que la mayor alegría de Mohammed era volver a casa y con el objetivo cumplido.

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