Mpumalanga, la tierra del oro – Sudáfrica

Caminamos a través de oscuros túneles, en los cuales se observaba el rigor del trabajo realizado por el hombre negro, que carga y transporta rutinariamente grandes piedras de las cuales se extrae finalmente el oro.

Mpumalanga, la tierra del oro – Km 14.868

Siempre quise conocer acerca de las minas de oro. Su gente, su historia.
Pedaleando por el noreste de Sudáfrica, descubrí una región a la que consideran geológicamente una de las más viejas del planeta.

Mpumalanga es una zona de grandes montañas, donde mas de una vez sentí que mis piernas iban a explotar. Luego de vencer otra gran subida, desde la cual mis ojos no alcanzaban para admirar la totalidad de semejante naturaleza, solté los pedales y comencé a gozar del viento que secaba mi transpiración mientras bajaba a la velocidad de una moto los últimos 8 kilómetros hacia las tierras de los buscadores de oro: Pilgrim´s Rest.

Haciendo panning

Hasta el día de hoy se conservan las grandes tiendas que albergaban a los buscadores de oro. Este campamento, que se encuentra perdido en el laberinto de una gran montaña, me hizo sentir como si hubiese sido uno de ellos.

A mediados del siglo XIX, en plena época de colonización, la gente blanca proveniente de Holanda desembarcaba en Cape Town. Buscando un lugar para vivir donde el clima fuese menos agobiante y libre de enfermedades, se trasladaban hacia la zona de las montañas, a lo largo de 2.000 kms.

Llegué a media mañana y me encontre com David, um hombre blanco de unos 40 años, descendiente de inmigrantes holandeses. Junto a él recorrí todo el campamento mientras me contaba acerca de su historia y su gente.

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Quienes provenían de Cape Town, lo hacían en grandes carruajes de madera arrastrados por 16 vacas. Mucha gente moría en el camino a causa de malaria y otras enfermedades. Pero aquellos que conseguían sobrevivir a los 3 meses de esa dura travesía, podían acceder a una experiencia que los deslumbraba: al acercarse a las márgenes del río para recoger agua, se sorprendían avistando los destellos del oro.

Tuve curiosidad para sentir en carne propia cómo era estar preso en aquella época, por ello me deje apresar como si fuese un convicto. Sentí desesperación.

Luego caminamos hacia el río, donde me inició en el oficio de los buscadores de oro. Anhelando encontrar una enorme piedra dorada, tomé la pala y la enterré en el fondo del río. Cargué todo lo que pude, lo arrojé en una gran palangana de lata y la removí con extremo cuidado hasta quedarme sólo con el último puñado de lo que había extraído

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Busqué, busqué y busqué, pero no había nada, pese a que creia que al menos podia encontrar unas pequeñas partículas de oro.

Dentro de una mina

Al otro día mi curiosidad me llevó a las minas. Llegué con mi bicicleta después de pedalear durante una hora cuesta arriba. A medida que me acercaba, mis ansias aumentaban por estar allí: dentro de una mina de oro.

A mi llegada fui recibido por Andrew, el gerente del establecimiento minero, quien me permitió conocer un día de trabajo en la mina, ya que la misma no está abierta al público en general.
La figura de Andrew, típico Boers (nombre con el que se designa a los descendientes de aquellos campesinos holandeses) contrastaba por su gran tamaño, su tez blanca y su modo ampuloso para gesticular con el casi centenar de hombres que trabajaban a lo largo de kilómetros subterráneos.

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Durante um largo rato caminamos a través de oscuros túneles, en los cuales se observaba el rigor del trabajo realizado por el hombre negro, que carga y transporta rutinariamente grandes piedras de las cuales se extrae finalmente el oro. Son decenas de carritos que suben y bajan los diferentes rieles que recorren la mina, dentro de la cual la luz del día se hace imperceptible.

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Estas imágenes de su gente con los rostros apagados, sus miradas cansadas y sus manos aguerridas quedarán registradas en mi memoria.

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