Sobre el final de la tarde, camino a Dublín, atravesé un pequeño pueblo y paré para preguntarle a un adolescente la distancia que había hasta la próxima ciudad. Y me resultó increíble porque el chico me contestó: “no sé cuantos km son, en auto es media hora”. Tras despedirme a la salida del pueblo vi un cartel gigante que indicaba la ciudad a 7 km. Así es la gente en el interior de Europa, se le puede preguntar lo más sencillo, pero nada garantiza que la respuesta sea la correcta.
Pero lo más difícil fue entender que la mayoría de las distancias en Reino Unido están marcadas en millas, mientras que mi mapa me las indicaba con los mismos números pero en km. ¡Qué desilusión me lleve cuando lo descubrí!
Dublín, la capital – Km 36.310
Llegué a Dublín tras dos días de pedaleo, atravesando praderas verdes y costeando el mar de Irlanda. Con varias lloviznas y sintiendo que eran más las laderas que subía que las que bajaba.
La República de Irlanda, a diferencia de Irlanda del Norte, forma parte de la Unión Europea, por lo que su moneda es el euro. Según me contaron las ayudas de la UE han mejorado la infraestructura, y son muchas las multinacionales que han establecido sedes en Irlanda, especialmente en los campos de la informática, la química y las telecomunicaciones.
Dublín es el principal atractivo del país, con un gran castillo, su catedral y su museo nacional, entre otros lugares de interés; pero principalmente con una vida nocturna muy animada, y eso se reflejó en mis ventas; en Dublín vendí como en ningún otro lugar de Europa.
A mi llegada conocí a Rageeb, un chico de Bangladesh que llevaba viviendo un año en la capital irlandesa y que tenía como profesión la pintura. Apenas me conoció me ofreció ir a su casa, y no lo dudé, era un buen lugar para ahorrarme el hostal.
También conocí a Coloumba un irlandés que conocía bien la historia de su país. Coloumba me confesó que hacía varios años que no trabajaba, era alcohólico y el gobierno lo subvencionaba. Mi estadía en la capital se extendió durante casi 2 semanas, que sirvieron para poner a punto la bici en lo de John y para conocer a los irlandeses, y entender que son muy distintos a los ingleses. Son serviciales, abiertos y amigables; los irlandeses son buena gente.
Tras unos días en la capital me enfermé. Estuve varios días con alta temperatura y mucho dolor de garganta, seguramente por el frío que había tomado mientras trabajaba. Más de una vez la temperatura bajó a menos de 0º. Traté de comprar antibiótico, pero en la farmacia me dijeron que sin receta médica no podían vendérmelo y la pasé mal.
Pero por suerte conocí a María, una italiana que trabajaba como jefa de cocina y que como muchos otros latinos estudiaba inglés. Ella me consiguió el antibiótico y supo cuidarme. Y por ello me costó mucho irme…