Tierra adentro

Programamos la travesía para 2 días de viaje, cargamos agua y comida y partimos a la ruta. Pero en algún lugar erramos el camino y nos perdimos. Lo bueno fue que nunca lo supimos, sólo lo descubrimos cuando al tercer día llegamos a otro destino.

Km 49.720

Tras la odisea en el desierto, descansamos merecidamente en el oasis Ksar Ghilane, una pequeña villa paraíso, llena de palmeras y con una naciente de agua termal. Verdaderamente, tras aquellos 100 km de travesía, llegar allí fue como entrar al cielo y su piscina natural era como el purgatorio.

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Corría el 31 de diciembre de 2005 y otro año se iba. ¡Pero cuanto tiempo ha pasado!!!! Hace más de 4 años que inicié el viaje en Sudáfrica y 6 años desde que partí de Brasil. Si lo pienso detenidamente, me cuesta creerlo.

Debido al grande flujo de turismo, Ksar Ghilane es un oasis que alberga diferentes tipos de hoteles pero ninguno económico. De todos modos tuvimos suerte porque el panadero de la villa, un tipo amable y desinteresado nos ofreció acampar vecino a su casa y el lugar seguía siendo parte del paraíso.

Perdidos en el desierto.

Llegar al oasis atravesando dunas y en camellos, no nos permitió tener una noción clara del estado de los caminos que llegaban a él y obviamente que tampoco teníamos la mínima idea de cómo serían éstos al partir. Pero al conocer que solo había 50 km al pueblo más cercano, no nos preocupamos demasiado, pero al final sufrimos bastante.

Programamos la travesía para 2 días de viaje, cargamos agua y comida y sobre las 14 hs partimos confiados en el camino. Pero sobre el atardecer desistimos de la idea de pedalear de noche, el estado de la ruta cada vez era peor y no veíamos nada. Entonces tras sólo 20 km recorridos acampamos y buscamos tanta leña como pudimos, iba a ser una noche muy larga y seguramente otra vez con mucho frío, pensé. Pero no estuvo tan mal, la fogata duró hasta las 11 de la noche.

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Hasta Ale se dio el lujo de amasar pan y cocinarlo al estilo beduino. Para ello hizo un pozo donde puso brasas, algo de arena y luego el pan al que cubrió otra vez con brasas y arena. Pero al rato se le complicó, las brasas no alcanzaban y el horno se le fue apagando; y tuvimos que hacer otro horno. Por momentos el tío Ale se ponía de mal humor y yo también. Teníamos tres fuegos que alimentar, dos hornos por asistir y las dos cacerolas, con la salsa y los espaguetis por controlar; y todavía la sopa por beber. ¡Pero coño!!! A quien se le ocurre amasar pan en el desierto y cocinarlo en la arena!!! Traspiramos como locos, pero finalmente Ale lo consiguió y aunque el pan se parecía a una suela de zapatos lleno de arena, estaba calentito y lo comimos contentos. Ya en la mañana el pan era una auténtica piedra, pero igual lo comimos con el café con leche. Si hubiese sido por mi, hubiese tirado el resto. Pero Ale lo guardó para comerlo en la tarde con los huevos duros. ¡Que valiente!!!

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A decir verdad si hubiese sido por mí muchas veces hubiésemos pasado hambre y sed. Pero al ir muy cargado soy de los que prefiere llevar un poco de maní y frutas secas y racionar el agua. Pero mi hermano siempre fue de los que cargaba 6 litros de agua, y todo la comida con su kit y sus condimentos, “yo no paso hambre ni sed me decía” y tenía razón, durante aquellos nunca faltó comida.

En el segundo día de viaje nos cruzamos con un hombre en su camioneta quién en francés le explicó a Ale la dirección a seguir y nos abasteció con un poco de agua. Pero en algún lugar, sin entender como, ni cuando, erramos el camino y nos perdimos. Lo bueno fue que nunca lo supimos, sólo lo descubrimos cuando llegamos dos días después a otro destino.

Aquella mañana no nos queríamos levantar, porque recién cuando el sol calienta es cuando verdaderamente se puede dormir. Pero presintiendo un día difícil nos esforzamos y arrancamos cerca del mediodía. Y vaya que lo fue. El camino que en el inicio era plano y básicamente de piedras pasó a ser un camino con subidas y bajadas, y con mucha arena. A lo largo del día fueron incontables las veces que tuvimos que arrastrar nuestras bicicletas y de a poco asumimos que no llegaríamos a destino, y comenzamos a preocuparnos porque teníamos poca comida y no mucha agua.

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Pero afortunadamente sobre el final de la tarde, desde una montaña avistamos una construcción y nos dirigimos a ella. Era un galpón donde almacenaban alimento para cabras y donde encontramos unos pastores que nos permitieron pasar la noche y nos abastecieron con comida; aquella noche comimos cuzcuz y macarrones y claro que nunca faltó té. Pero también pasamos un frío de coño, a media mañana cuando nos levantamos vimos capas de hielo sobre la arena. Ya nos habían advertido: “en el desierto, la temperatura en la noche es por debajo de los 0º”.

Y que miedo teníamos nuevamente de pasar hambre en la ruta, porque aquella mañana junto a  los pastores desayunamos otra vez macarrones.

Finalmente tras pedalear 80 km y tres días de viaje llegamos a Ghomrassen, aunque siempre nuestro destino inicial había sido Douiret; y pese al frío, las dunas y la locura que tuvo todo este trayecto, valió la pena y me convencí que sólo dos dementes a los que les gusta sufrir se meten en el desierto con las bicicletas.

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