Tallin

Km 34.295

Llegué a Tallin, la capital, en mi tercer día de viaje, fueron un poco más de 300 km desde Riga, Letonia. La ciudad es pequeña y tiene poco más de 400.000 habitantes, de los que casi la mitad son rusos. Pero la paradoja, según las estadísticas es que Tallin recibe 3 millones de turistas al año.

Por pura coincidencia, en el domingo que llegué, la ciudad cumplía 600 años y todo era una gran fiesta. En al plaza central había una gran orquesta tocando, decenas de violinistas, su director y hasta un coro. Un poco más alejado había otro gran escenario que presentaba a un grupo de chicas, todas rubias, que bailaban al estilo Michael Jackson.

En realidad la gran mayoría de los estonios son altos, rubios y de ojos azules; me causó mucha gracia cuando pedaleando por la avenida principal vi. un tranvía que se me venía encima y que tenía como conductor una rubia despampanante. Nada parecido a los chóferes que tenemos en las calles de Buenos Aires. Por ello, si tuviese que elegir algún lugar de mi viaje para morir atropellado, sería aquí, por uno de estos chóferes tan exóticos.

En la tarde conocí a Victoria, una chica rusa que trabajaba en la calle vendiendo postales y me sorprendió; porque al preguntarle si sabía de algún lugar para hospedarme me ofreció, tras llamar a su madre, de hospedarme en su casa.

Sucesos como éste me sorprendían casi todos los días, la gente es muy amable, en especial los rusos, siempre me parecieron los más abiertos.

Un día se me acercó una señora mayor que sólo hablaba ruso y sin entendernos me dio su celular. Al teléfono estaba Dima, un ruso que hablaba español y a quién ya había conocido días atrás. La señora era su madre me explicó Dima y al saber de mi viaje quiso ayudarme, pero como no tenía dinero me regalo un pulóver tejido a mano que acaba de terminar. Era el final del verano y la señora estaba preocupada por mí.

Otra vez me sorprendía la calidez humana en los países bálticos.

Trámites rusos

Como deseaba conocer St. Petersburgo tuve que solicitar la visa para ingresar a Rusia, y no fue fácil. Por momentos me hicieron acordar a la burocracia sudanesa y también a la idiosincrasia argentina. Tramitar la visa personalmente costaba 30 euros y un montón de obstáculos, en cambio solicitarla a través de una agencia de turismo costaba 100 euros y todo era más sencillo, aunque tuve que esperar una semana.

4- TallinMis días en Tallin los pasé en casa de Gianpiero, un napolitano que mezcló sus días de vacaciones con la redacción de un libro; y también en la casa de Ulrich, un dinamarqués que tras haber sobrevivido como mochilero durante dos años se radicó en Estonia, aunque no creo que por mucho tiempo.

También hice un grupo de amigos, todos rusos, que casi todas las noches con una excusa distinta venían a buscarme para salir un rato y beber un poco. Si hay algo que me quedó claro de los rusos es que les gusta el pico. Por medio de ellos conocí a Sergey, otro ruso de unos 50 años que ya había pedaleado dos vueltas al mundo por el hemisferio norte. Una de oeste hacia este y viceversa.

Mis amigos rusos me contaban que a pesar de haber nacido en Estonia, no se consideran estonios. Estonia fue ocupada tras la segunda guerra mundial, antiguamente formaba parte del imperio ruso, pero durante muchos años al igual que Lituania y Letonia, fueron estados independientes. Tras la ocupación, muchos rusos se mudaron a estas tierras hasta que en 1991, estos estados alcanzaron nuevamente su independencia.

Los estonios y los rusos

Hoy se nota un cierto disentimiento entre los estonios y los rusos. Cada uno tiene su ascendencia, hablan su propia lengua, y poseen sus amistades, es muy difícil encontrar grupos de amigos de ambas raíces. Todavía recuerdo la cara de aquella chica original de Estonia, cuando con Gianpero le preguntamos en inglés are you russian? Y en un tono despreciativo nos contestó: Noooo!!! Me parezco yo a una rusa????

En la capital y en las otras áreas productivas principales, la masiva presencia rusa crea incluso problemas de carácter social y, a menudo, de orden público por las difíciles relaciones entre rusos y estonios.

Por ejemplo, en 1993 el parlamento estonio aprobó la ley sobre “residentes sin ciudadanía” para desanimar la inmigración rusa, definida como discriminatoria por Moscú, que obligaba a los extranjeros a elegir entre la solicitud de la nacionalidad Estonia (concedida después de cuatro años de residencia en el país) o la conservación del estatus de extranjero con limitación del permiso de residencia. También la constitución de 1992 vetó el derecho al voto de la población rusa, con excepción de las elecciones municipales.

6- Casco antiguoMi estadía en Tallin, como todos mis días en los países bálticos, estuvo opacada por los días de lluvia, por lo que muchas veces en horas de trabajo debí salir corriendo. Así y todo no me fue mal porque en Tallin vendí mucho más que en cualquier otro lado por estas latitudes.

Finalmente en mi último día en la capital salió el sol y visité las ruinas que existen a unos 10 km del centro. Parecía otra ciudad, era sábado y la gente había salido a caminar, a andar en bicicleta, o andar de velero. Tallin quedará por siempre grabado en mi memoria. Y lo que más recordaré es la calidez de la gente rusa, que desde que ingresé en los países Bálticos no dejaron de acogerme. Sin duda de lo mejor que conocí por Europa.

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