Bienvenido a Irán – Km 67.150
“Welcome to Irán”, me dice un señor de unos 50 años, vestido de militar cuando crucé la reja que daba inicio a la República Islámica de Irán. “¿Que lleva en su bicicleta?”, me preguntaron unos metros más adelante; “¿trae alcohol?”. Pero no hizo falta que me revisaran; por ello enseguida pasé a lidiar con quién cambiaba dinero.
Tras casi 9 años de mi primer pedaleada, estaba en Irán. Era pasado el mediodía y el sol comenzaba a asomarse. Una vez en ruta, inicié una sutil bajada que me llevó por más de 40 km; atrás quedaba el monte Ararat, en Turquía, que a pesar de los 100 km de distancia, todavía seguía imponiéndose. Recuerdo que aquella noche mientras buscaba un lugar para acampar me rodearon 4 perros, y de no haber sido por aquel pastor, hubiese terminado mal. Por ello debí aceptar la invitación de un turco que en una pequeña oficina junto a la ruta controlaba el pesaje de los camiones. Allí vecino a él monté la tienda y cociné unos espaguetis, que me salieron desastrosos.
Camino a Teherán, la capital, me detuve en Tabriz por un par de días, donde debí comprar un mapa en inglés, pero cuantas vueltas que di para encontrarlo, es que todos los mapas son en farsi, la principal lengua que se habla en Irán y que tiene el mismo alfabeto que el árabe. Allí, en una librería conocí a Aydir, que junto a sus amigos me advirtieron reiteradamente a no acampar en el ruta por una cuestión de seguridad; de todas maneras el clima era frío y acampar no estaba en mis planes.
Pero una noche quise montar la tienda con alguna familia de agricultores y relacionarme un poco mas con la gente local, por ello en el final de la tarde me desvié de la ruta y me acerqué a una pequeña casa donde de lejos pude avistar un grupo de personas junto a un fuego. Pero me equivoqué; no era una casa sino un depósito, y tampoco una familia sino unos 8 o 9 hombres que contaban dinero, y que al verme se pusieron muy nerviosos. Por ello enseguida me preguntaron si estaba solo, de donde venía y a donde iba. Y en verdad que tuve miedo, aunque no lo demostré y preferí pasar por estúpido, dejando en claro que era un turista y que necesitaba agua. Nos entendíamos solo con señas, no había otra forma de comunicarse. Pasados un par minutos estaba rodeado por la mayoría de ellos que curioseaban mi bicicleta, mientras que uno en especial me hablaba en un tono amenazador y demasiado cerca. A unos pocos metros había dos grandes camiones, que parecían esconder algo bajo una gran cantidad de paja.
Algunas zonas de Irán junto a Pakistán son parte de la ruta de la droga, que desde Afganistán viaja rumbo a Europa. Afganistán produce las tres cuartas partes de la producción mundial del opio, y también es uno de los principales países productores de hachís. Pero también en Irán existe un fuerte contrabando de alcohol, cuya ley condena tanto como a la droga.
Así, sin querer entender demasiado, supuse que aquellos hombres estaban en algo raro, y que yo me encontraba en el lugar errado. Pasaban los minutos y el agua que había pedido no llegaba; por ello debí continuar haciéndome el tonto y el simpático, hasta que por fin uno me trajo el agua y me ordenó a que me vaya. Pero cuando lo hago, tres hombres me siguen y uno de ellos mediante señas, me hace entender que debo irme y no volver, porque aquel que me molestaba más que los otros quería robarme. Y en verdad que no lo dudé, porque me fui tan rápido como pude, y pese a la oscuridad de la ruta, seguí pedaleando otros 20 km hasta el siguiente parador.
Camino a Teherán
En la noche siguiente en la entrada a un pueblo un hombre se me acercó con su moto y me invitó a dormir a su casa, pero una vez que llegamos allí su madre se opuso; y entonces con bastante vergüenza el hombre me dijo que me tenía que ir. No lo podía creer, aquel hombre tendría unos 45 o 50 años y la anciana no menos de 70. Así llegué a la casa de Nashrullah, a quién le expliqué mediante señas que necesitaba un lugar para dormir, ya que hacía mucho frío para montar mi tienda y también porque en el pueblo no había ningún hotel. Y ni siquiera lo pensó, Nashrullah que también era un señor mayor enseguida me invitó a pasar en su casa y luego a cenar. Aquella noche me acosté tarde. Y que maldición, en la mañana cuando me levanté tenía el cuerpo con más de 40 picaduras de pulgas. No lo podía creer, me había acostado vestido y durante toda la noche sentí una picazón, pero creía que solo era el roce con la frazada.
La noche anterior a mi llegada a Teherán paré en Hashtgerd pero allí tampoco había hotel, por ello un muchacho con un fluido inglés me aconseja ir a la policía y me acompaña a un patrullero que estaba a unos 100 mts de nosotros. Cuando nos acercamos yo me detengo detrás del auto y el muchacho se acerca a la ventanilla para hablar con el oficial. No pasa más que un minuto para que el oficial confirme por radio que la policía me ayudaría y que estaba viniendo por mí; pero tampoco para que me rodeen más de 40 o 50 personas. Quizás por ello, en cuestión de segundos el muchacho que me asistía desaparece; mientras que el oficial trata de espantar a todos los que se me acercan. Pero pasan los minutos y la gente se amontona cada vez más; me cuesta creerlo, parezco un marciano. Y encima el oficial a mi cuidado no tiene mejor idea que prender la sirena para ahuyentar al público, que muy curioso me observa o trata de comunicarse conmigo, tampoco faltan quienes gritan o hacen chistes, o inclusive quienes meten mano en la bicicleta. Pero la situación se vuelve incontrolable porque la sirena lo único que hace es atraer más gente. Yo estoy inmovilizado y quizás ya entre unas 120 o 150 personas. Y por ello, ya todo me resulta desagradable.
De repente se me acerca otro muchacho, se hace llamar capitán, se diferencia de los demás, viste muy bien y parece muy educado; y en un buen inglés me pregunta si necesito ayuda y me invita a dormir a su casa. Y no lo dudo, acepto. Pero enseguida llega la policía, que furiosa ante semejante multitud me prende de un brazo y me ordena a irme con ellos. Les explico que ya no necesito de un lugar para dormir y que prefiero irme con mi nuevo amigo, por ello les doy las gracias y me voy. Pero la policía me sigue y junto a ella una parte de la multitud; y me ordena a seguir caminando con ellos hasta la puerta de la jefatura, luego me piden el pasaporte y hacen un control. Pasados unos minutos consigo irme, pero de repente 6 o 7 policías comienzan a correrme, como si fuese un bandido y como si el espectáculo no fuese suficiente también me sigue el patrullero, que otra vez hace sonar su sirena.
No lo puedo creer; me ordenan a detenerme. La multitud nos acompaña; pero a esta altura, lo prefiero. Ahora la policía me prohíbe irme con capitán y una vez más me pide el pasaporte para controlarlo con la oficina secreta del país. Yo no entiendo nada, capitán es quién me traduce. Nos llevan a un negocio porque en la calle hay demasiada gente, no se puede estar. Algunos me dicen: “Welcome to Iran”, otros: “This is not a free country”. La gente comienza a entender lo que sucede, la mayoría está conmigo, también varios de los oficiales, se les nota en la cara, pero quien parece ser su jefe está empecinado por mi seguridad. Primero quiere mandarme de taxi a la siguiente ciudad, a 30 km, para que duerma en un hotel, me pregunta si tengo dinero. Pero reiteradamente a través de capitán, le explico sobre el viaje que vengo realizando, y que no pretendo tomarme un taxi, la gente me apoya, y entonces una vez más le pido que me deje ir, que ese día había pedaleado 130 km y que estaba muy cansado; y para quebrar toda antipatía me le pongo de rodillas. Y por fin el tipo sonríe, es la primera vez. Pero no afloja, insiste en buscarme alojo en un edificio público, hace decenas de llamadas, pero no consigue nada; yo lo amenazo con que quiero llamar a mi embajada y agarro el teléfono, pero enseguida me lo quita. Yo estoy muy nervioso, la gente del local trata de calmarme, me ofrecen un refresco, te o que me siente, pero no quiero, lo único que quiero es irme de allí. Comienzo a alterarme. Capitán tampoco aguanta más, y se quiere ir, pero no se lo permito, es el único con quien me entiendo, tiene una paciencia de un gigante.
Finalmente tras dos horas de ardua discusión me obligan a irme con ellos, yo no aguanto más y por ello acepto. Capitán me acompaña, es un grande. Somos escoltados por varios oficiales. Caminamos casi 1 km y llegamos a un edificio público donde finalmente me brindan un cuarto, la cena y donde puedo ducharme. Son las 23 hs, estoy muerto. Luego se me acerca un soldado y me pregunta: “¿Te gusta el lugar?
En la mañana siguiente me levanté temprano porque capitán me pasó a buscar y me llevó a su casa a desayunar. Y no me quedaron dudas, capitán es una de aquellas personas con quien da gusto conversar.